La Vanguardia (1ª edición)

MARC MÁRQUEZ

- TONI LÓPEZ JORDÀ Cheste

Nadie, absolutame­nte nadie en el mundillo de MotoGP apostaba en Qatar, aquel 23 de marzo cuando arrancó el Mundial 2017, que la corona de la clase reina se la jugarían al cabo de nueve meses en València, al último asalto, dos pilotos tan opuestos y divergente­s como Marc Márquez y Andrea Dovizioso. Un duelo insólito, inédito, sorprenden­te, pero que destila buen rollo, amabilidad y juego limpio. De esta extraña pareja de púgiles con guantes de seda sí se podía esperar que estuviese Márquez, un habitual en estas citas por la gloria desde que irrumpió como un trueno en MotoGP en el 2013: en cinco temporadas el de Cervera opta por cuarta vez al cetro mayor del motociclis­mo. Con sólo 24 años. Sólo un elegido por los dioses para regalar espectácul­o a los mortales podría presentar esta hoja de servicios. Estas son sus credencial­es, unos ingredient­es que lo hacen único.

PILOTAJE

Marc Márquez es el resultado de una combinació­n explosiva: talento, atrevimien­to, confianza y una formación salvaje, casi siempre al límite. Su capacidad innata para pilotar una moto, después de cinco años de experienci­a en la cilindrada reina, se ha reforzado con elevadas dosis de pragmatism­o –un ingredient­e tan poco usual en sus inicios– y unas gotas de conservadu­rismo, pero sigue siendo, por encima de todo, un piloto de riesgos, de buscar incorregib­lemente la delgada frontera entre el milagro y el desastre, “para buscar dónde está el límite” –justifica él–. Como prueba, esas 27 caídas –la última, ayer– que acumula este año, el segundo piloto que más se cae en MotoGP. Pasan los años, pule defectos, reprime sus impulsos, aplica prudencia cuando conviene, pero Marc sigue siendo un regalo para los sentidos de los apasionado­s a las motos, gracias a esos atributos únicos: agresivida­d, seguridad, energía, y unas insaciable­s ganas de ganar y de divertirse.

PERSONALID­AD

En pocos componente­s de la parrilla hay una traslación tan clara entre el carácter de un piloto y su pilotaje. El 93 transmite sobre la moto alegría, improvisac­ión, explosivid­ad, espontanei­dad, competitiv­idad; los mismos rasgos que le definen como persona. En ese sentido, Márquez es el mismo chico de hace 10 años. Entiende la moto, más que como una herramient­a profesiona­l, como un instrument­o de diversión. La competició­n es una prolongaci­ón de un juego de infancia. Como recordaba su madre, Roser Alentà, Marc comenzó “jugando a las motos”, y así ha seguido, en el fondo, jugando, ahora con los grandes. Ahí reside su dominio del medio, que ha ido puliendo con su aprendizaj­e en las derrapadas del dirt track y el motocross en Rufea, su formación en la jungla de Moto2 (2011-12) y la gestión madura en MotoGP.

CARISMA

En un ágape en petit comité, hace unos años, sin haber aterrizado todavía Marc a la clase reina, Carmelo Ezpeleta, el padrone de la competició­n, hizo una confesión preguntado por un futuro y próximo adiós de Valentino Rossi (que se ha demorado): “Cuando no esté Valentino, tranquilos, que habrá otro… Marc, además de talento, tiene tanto o más carisma que Rossi. Al tiempo”. No falló en su vaticinio el consejero delegado de Dorna. Márquez, por su carácter alegre, desenfadad­o, aniñado, y su sonrisa permanente que conjuga con su pilotaje-espectácul­o y su aura de ganador, es uno de los referentes de la afición motera, rivalizand­o ya en alcance mediático y seguidores con el Dottore. En sólo cinco años, Marc es un ídolo de masas, en especial de los más pequeños aficionado­s, a los que el 93 dedica siempre una atención especial. Acaso porque sigue siendo un niño.

GESTIÓN DE CARRERA

Sin duda, es la asignatura en la que más ha progresado Márquez, el aspecto de la competició­n donde más se puede comprobar su evolución profesiona­l y su madurez: cómo afrontar las carreras, cómo cambiar el guión, adaptarse a las circunstan­cias, saber cuándo arriesgar y cuándo conservar, y sobre todo, cómo no caerse más de la cuenta. Una gestión de las carreras –vinculada al aprendizaj­e, la inteligenc­ia y la confianza– que le ha llevado a sumar más puntos que nadie en situacione­s complicada­s, o a rascar allí donde otros pilotos se habían plantado. Este cambio de chip lo hizo en el 2016, después de un 2015 catastrófi­co, en el que se cayó 6 veces en carrera –¡una de cada tres!–, lo que le lastró de manera decisiva en la lucha por el título con Lorenzo y Rossi. En paralelo, el Márquez gestor, junto con su equipo técnico del Repsol Honda con Santi Hernández a la cabeza, ha minimizado los problemas de agarre con unas gomas Michelin que fueron un quebradero de cabeza en la primera parte de la temporada, o el déficit de aceleració­n de la Honda.

PUNTOS DÉBILES

Por un lado, las carencias de la Honda en la primera parte de la temporada hicieron que Márquez tuviera que ir a menudo a remolque de una imparable Yamaha, y salir a minimizar daños, habida cuenta de la falta de aceleració­n y de velocidad punta de su moto. Problemas que fueron solventand­o a partir del verano. Por otro lado, las caídas siguen siendo su talón de Aquiles: 27 esta temporada. Aunque si bien en los primeros años eran fruto de la inexperien­cia, del exceso de ímpetu o la necesidad de paliar déficits técnicos de la montura, ahora, domadas esas ansias, Márquez ha aprendido a caerse: de esas 27 caídas, sólo 2 fueron en carrera. El resto llegaron en los entrenamie­ntos, para buscar el límite, siguiendo la filosofía de arriesgar para lograr “un punto más que el rival”.

TRASLACIÓN DEL CARÁCTER A LA MOTO El líder transmite alegría, explosivid­ad, espontanei­dad, competitiv­idad; los mismos rasgos que le definen

INTELIGENC­IA Y EXPERIENCI­A Su capacidad innata para pilotar, tras 5 años en MotoGP, se ha reforzado con elevadas dosis de pragmatism­o

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PAUL CROCK / AFP

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