La Vanguardia (1ª edición)

Experienci­a religiosa

- SERGIO HEREDIA Barcelona

David Foster Wallace nos dejó múltiples perlas. En una de ellas, escribió: “Roger Federer es uno de esos escasos atletas sobrenatur­ales que parecen estar exentos de ciertas leyes de la física. Otros seres comparable­s serían Michael Jordan, que no sólo podía dar saltos inhumaname­nte altos, sino también quedarse suspendido en el aire un momento o dos más de los que permitía la gravedad, y Muhammad Ali, que realmente podía cruzar flotando la lona y asestar dos o tres golpes cortos en el tiempo necesario para dar uno”.

El párrafo anterior es un fragmento de Federer, en cuerpo y en lo otro, fabuloso ensayo de 46 páginas que Foster Wallace escribió en el 2006.

Aquel fue el año de Federer: se había adjudicado doce títulos. Entre ellos, tres de los cuatro Grand Slams. Y había liderado el circuito durante las 52 semanas. Es cierto: Nadal le iba recortando la distancia (ya era el número dos). Sin embargo, el aspirante aún debía contemplar al mito desde la distancia. Nadal era prudente. Y por eso, cuando hablaba siempre repetía:

–Federer aún está unos pasos por encima del resto. Añadía Foster Wallace: “Federer pertenece a esa categoría que se puede denominar genio, mutante o avatar. Nunca verás que le falte tiempo ni equilibrio. La pelota que se acerca a él se queda suspendida en el aire una fracción de segundo más de lo que debería (...) Igual que Ali, Jordan, Maradona o Gretzky, parece al mismo tiempo menos y más sólido que los hombres a los que se enfrenta”.

Qué grandes tiempos vivía Federer en aquel 2006.

Tenía 25 años. Tenía pasado y futuro. Foster Wallace ya se encargaba de hablar de su presente. Tenía magia.

Los hechos no siguieron un discurso coherente.

Federer logró mantener aquello, la magia, en el 2007. Sin embargo, perdió fuerza en el 2008. Apareciero­n sombras negras en los pasillos de la mente. Sintió la presión de Nadal. En aquel 2008, ambos se enfrentaro­n en cuatro ocasiones. Siempre ganó el balear, que le arrebató Wimbledon y también el número uno.

Descubrimo­s a un Federer bucólico, se diría que depresivo. Llorón. Le pesaban las cuentas pendientes. No podía con Roland Garros. Y tampoco con los Juegos Olímpicos.

David Foster Wallace ya no tuvo tiempo para contar aquello. Se quitó la vida ese mismo año 2008.

Llegó la hora de los bajistas. Entre las costuras se colaron los augures, incluido este cronista. Dimos por acabada la carrera de Federer. El tiempo jugaba a favor de estos ventajista­s. Se decía que Nadal era más joven y le había tomado la medida al suizo. Se interpreta­ba que Federer ya lo había dado todo, y ahora anteponía la paternidad y los quehaceres domésticos a cualquier otra considerac­ión, incluido aquel elegante revés a una mano.

Sí, Federer empezó a perder partidos inverosími­les. Ante rivales lejanos, tipo Stakhovsky. O Seppi. O Chardy. ¿Y qué? Aplaudíamo­s el mensaje de Foster Wallace. Citémosle por última vez:

“Tal vez Federer sea el único tipo del mundo al que no le queda ridícula una americana de color crema con unos pantalones cortos y zapatillas de tenis”.

Federer seguía copando las portadas. Seguía ganándose el cariño del público. Nunca nos cansamos de él: queríamos volver a verle arriba. Se le considerab­a un ejemplar único, sutil en el desplazami­ento y perfecto en la ejecución. Un talento que ahora bregaba con las lesiones de espalda, desprovist­o del aura, a veces aplastado por los nuevos grandes, como Djokovic y Murray. Incluso Wawrinka. Se había humanizado. Y así apareció en Melbourne, este enero. Y se produjo la magia. De sopetón facturó a Berdych, Nishikori, Wawrinka y Nadal. Ganó el Open de Australia. Luego vinieron Indian Wells, Miami y Wimbledon. En total, siete títulos. Tiene 36 años. Le habíamos enterrado hace nueve. Nos equivocamo­s.

Y todos, felices.

LA VISIÓN DE FOSTER WALLACE “Federer pertenece a esa categoría que se puede denominar genio, mutante o avatar”

TIEMPOS OSCUROS En el 2008 descubrimo­s a un genio bucólico, muy llorón; muchos le dieron por acabado

COMO COLOFÓN, LA MAGIA Humanizado, el suizo revivió en Melbourne, en enero; ganó el Open de Australia y luego, Wimbledon

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