Talento industrial
Quien ha hecho avanzar la industria ha sido gente anónima, miles y miles de personas que han dedicado a ello su vida, que han hecho sus aportaciones a medida que surgían problemas y encontraban el modo de resolverlos”. Jaume Cabaní tiene 42 años y es ingeniero industrial, una profesión que considera demasiado generalista y que, como el explica, “ha quedado en tierra de nadie”.
El abuelo de Cabaní era un industrial textil con intereses en la prensa (Josep Cabaní Bassols dirigió el Correo Catalán antes y después de la Guerra Civil). Su complicidad con el universo industrial es tal que confiesa que todavía se emociona cuando en la biblioteca familiar descubre volúmenes de los años 30 del siglo pasado con nombres tan lejanos como “Teoría de tejidos”. Cabaní es un sentimental. Tiene una visión coral de cómo funciona la industria. Y su manera de acercarse a las políticas de innovación está muy alejada de las corrientes ahora en boga.
Después de acabar los estudios, Cabaní se especializó en
“La industria catalana se la juega en la selección de personal, es el factor que las limita”
organización industrial. Hizo un Erasmus en Suecia y, de regreso, se marchó a vivir a Castellar de N’Hug, en el Pirineo, a unos imposibles 1.400 metros de altura. Para encontrar empleo tenía pocas opciones. Río Llobregat abajo, tenía el Berguedà, una comarca que fue minera y textil pero que hoy es un desierto industrial. Pero justo al lado, con un paso de montaña de por medio, estaba el Ripollès, en la que la industria es todavía la segunda actividad económica, con presencia de empresas de maquinaria, mecánica y del sector eléctrico.
Fue en una de las empresas históricas de la comarca donde Cabaní encontró su primer y fructífero empleo, Soler & Palau, un fabricante de sistemas de ventilación en la que trabajó durante quince años. Primero en la empresa, como ingeniero de producción. Después en la fundación “Allí aprendí todo lo que sé y allí descubrí que es en la selección de personal donde las empresas se la juegan”.
Cabaní explica que “el factor limitante de la industria catalana es el talento. Las empresas necesitan un tipo de trabajador diferente que el sistema no es hoy capaz de darles, un perfil parecido al de una ingeniería técnica”. El problema, razona, está en los estudios de formación profesional. O mejor, en su ausencia. En la escasez de titulados de FP. “Es algo cultural. El problema empieza con los padres, que son en parte culpables de ello, tienen la universidad demasiado metida en la cabeza. La FP industrial hoy da trabajo, pero los estudiantes no van a ella”.
Cabaní no cree en la asimilación entre innovación y tecnología. También recela de las escuelas de negocio. “Predisponen a unas rutinas que al final tampoco tienden a innovar”. Y recela de que la mayor parte de fondos y ayudas a la innovación acaben siempre en investigación básica. “Creo que son mucho más efectivas las ayudas a la internacionalización, las que se dirigen a hacer crecer las ventas y ganar mercados. Las que hacen crecer las empresas”.
El ingeniero Cabaní ha concentrado los últimos años a especializarse en las técnicas de selección de personal. Ha trabajado para Holaluz en la captación de empleados. Trabaja también para la Fundació BCN/FP, donde desarrolla tareas de formación dual y es el responsable del área industrial. Y dedica buena parte de su tiempo a Adecat (la Asociación de Decoletaje y Mecanización de Catalunya), en el que se agrupan empresas dedicadas a la fabricación de piezas de revolución. “Son empresas muy competitivas, que se han ganado un mercado, pero que tienen problemas para encontrar el personal que necesitan. Trabajo en el área de formación”.
Cuando no piensa en la industria, Cabaní se dedica a la glosa, la improvisación de letras sobre melodías.