Símbolos
Réquiem alemán Intérpretes: Mojca Erdmann; José Antonio López, solistas. Orquestra y Cors del Liceu; Polifónica de Puig-reig. Director: Josep Pons Lugar y fecha: Liceu (10/XI/2017)
El Memorial Pau Casals siempre es un mensaje de paz. Y en estos tiempos en que parece haber afición a usar los símbolos como espectáculo vacío de contenido, o más bien efímero o incidental, reconforta que nuestros coros se enfrenten a un trabajo que va más allá, con ánimo de integrarse en la obra de arte, que es como acercarse a un escalón, pero que lleva a lo trascendente. Pensaba esto cuando acabó esta elocuente versión de Eindeutsches Requiem, en la que el gesto del director logró mantener el silencio de la sala durante ese instante en que se mezclan y se dispersan los armónicos y en el que el aplauso era verdaderamente interior.
No ha resultado una sorpresa este formidable trabajo de Josep Pons conociendo el camino de su sensibilidad, que cada vez parece más esencial. Y hablar de sensibilidad aquí es como poner nombre a esta versión, intensa en el fraseo, sin forzar tempos ni volumen, pero en la que uno lleva sintiendo todo el tiempo aquel aire de marcha fúnebre que en el recuerdo se va conjugando con la sutil polifonía, con momentos de gran intensidad coral, a la vez que de una buena comprensión de la expresión y el trabajo de las secciones; estupendo trabajo. Y en el curso de la obra dos destellos de luz que aparecen en las voces solistas de barítono y soprano. En nuestro caso indiscutibles, muy centrada la versión, profunda, de López, a lo que agregamos la delicadeza y naturalidad (tan difícil), que imprimió Mojca Erdmann.
Es una obra en que todo trascurre a partir del sentimiento, de un umbral de tristeza que siempre deja ver luz, pero que nunca llega a la exaltación, y en este sentido la interpretación –tal como se hizo– debe respetar los planos –tan complejos en esta sala– con la orquesta en la boca del escenario y el coro detrás. Y ya el inicio definió la pauta, una marcada homogeneidad en la cuerda baja, en maderas y vientos metal con color, como si siempre estuviesen atentos a las palabras del coro. Esta consistencia que jugaba con la contención del sonido a la vez que con una buena línea expresiva se complementó en la cuerda alta. Quizá un poco más de relieve –aunque no lo digo convencido– hubiese preferido por parte de la percusión (timbal) en la elocuente y lenta marcha, que circuló con buenos contrastes expresivos y una buena tensión temática.
Para terminar, este mensaje de paz también tuvo este mismo día 10 de hace cien años su versión en el Liceu con el estreno del ballet Parade de Satie y Cocteau y Picasso, dado antes en París en plena guerra.