Joaquim Forn
Hace sólo medio año, pero parece media vida. Fue en mayo. Las puertas del auditorio aún no se habían abierto y la cola cruzaba todo el hall del CaixaForum. Con su porte entre torpe y elegante, leyendo con las gafas a media nariz, Joaquim Forn hacía cola sin que nadie le dijera nada. Al cabo de pocos minutos empezaba el acto de presentación de una operación editorial concebida, ante todo, para vivificar el núcleo duro de la cultura catalana contemporánea: el grupo cooperativo Som –presidido por Oriol Soler, eminencia gris del procés, dicen, a quien ahora el CNI sigue donde vaya– explicaba el sentido de la compra a la familia Guardans Cambó de la colección Bernat Metge con el apoyo de la Fundació La Caixa. Entré en el auditorio charlando con el concejal Forn. No se sentaría en la fila de autoridades, pero quería estar allí. A diferencia de la mayoría de políticos en activo, él –hombre de principios profundos– tenía plena conciencia de la significación de lo que se estaba escenificando: el afianzamiento de la continuidad de una comunidad a través de la cultura exigente.
Al salir hablamos del coronel –así llamaba a Albert Manent–, de amigos comunes, de Viladrau –lo veo cuando sale del estanco cargado de diarios– y me manifestó su extrañeza con las maneras de la nueva política. Estaba desconcertado porque colgar un tuit brillante era mejor valorado que el capital de experiencia trabajado durante décadas en la calle y en las instituciones. Pero cuando la realidad dura se impone, la red pesa como una burbuja y la vieja política recupera su peso. En verano, al cabo de tan sólo un mes de haber aceptado la Conselleria d’Interior, se produjeron los atentados yihadistas en la Rambla. Independentista de toda la vida, su determinación –hecha de fe, firmeza y compromiso nacionalista– posibilitó que los Mossos d’Esquadra mostraran al mundo su elogiada profesionalidad. Y tuvo claro, porque lo advirtió en los rostros del poder central, que aquel episodio no pasaría en balde. Hace doce días que está en prisión. Mientras él y los otros miembros del Govern lo estén, será imposible que la política catalana empiece el retorno a la normalidad.