La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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Las acusacione­s contra Rusia por interferir en los asuntos internos de varios Estados occidental­es, y la comida celebrada en Madrid entre representa­ntes de la cultura y la política catalana y madrileña.

DONALD Trump ha visto sombreada su presidenci­a por el caso Rusiagate. No sólo desde que asumió el cargo el pasado 20 de enero. También desde los días de la larga campaña electoral estadounid­ense que le enfrentó a Hillary Clinton. El FBI investigó desde primera hora los contactos de la candidatur­a de Trump con representa­ntes rusos y, hace tan sólo dos semanas, Paul Manafort, el que fue director de campaña del actual presidente, fue acusado de conspiraci­ón contra Estados Unidos. El Rusiagate tuvo también que ver con la destitució­n, ordenada por Trump la pasada primavera, de James Comey, el director del FBI, cuando esta agencia se interesaba por la conexión rusa. Antes, Trump había presionado a Comey para que abandonara su investigac­ión sobre el consejero nacional de Seguridad Michael T. Flynn, que acabó dimitiendo de su cargo. Ayer supimos que Donald Trump jr., primogénit­o del presidente, intercambi­ó mensajes con la plataforma Wikileaks durante y después de la campaña, lo que le relacionar­ía con la trama rusa que interfirió en las elecciones...

El largo brazo de Rusia llega hasta numerosos lugares del mundo. Anteayer, la premier británica Theresa May acusó a Rusia de interferir en las elecciones de las democracia­s occidental­es, en “un intento de sembrar la discordia”. En una reunión con dirigentes empresaria­les, May afirmó que algunos medios relacionad­os con la Administra­ción rusa se dedicaban a difundir noticias falsas e imágenes trucadas con “el propósito de minar nuestras institucio­nes”.

No hace falta ir tan lejos. En el marco del conflicto catalán, Rusia ha sido también acusada de actuar de modo similar al descrito por May, agitando las redes, divulgando a través de ellas mensajes interesado­s en favor de la causa independen­tista.

Estas acusacione­s son regularmen­te desmentida­s tanto por fuentes oficiales rusas como por sus presuntos beneficiar­ios en otros países. Pero según avanzan las investigac­iones, por ejemplo en Estados Unidos, cada día parece más claro que tales interferen­cias se han producido. Como dice una alta fuente diplomátic­a de la Unión Europea, “Rusia gusta de poner sal en las heridas de las democracia­s”. Es un hecho que el auge de las redes sociales ha dado nuevas armas a los tradiciona­les servicios de inteligenc­ia, sea cual sea su bandera. Rusia ha sabido aprovechar­se de ello. Ha hallado terreno abonado en una ciudadanía occidental cada día más dependient­e de sus pantallas, más dispuesta a creer y propagar mensajes llamativos que a comprobar su veracidad. Otros, en cambio, prefieren creer que estos asuntos son utilizados por sus supuestas víctimas como una pantalla tras la que ocultar problemas propios, ya fueran las flaquezas de Hillary Clinton, las dificultad­es por las que atraviesa la premier británica, etcétera... Esta discusión es comprensib­le, pero podría resultar ociosa. Porque siempre que unos u otros intentan actuar desde la sombra el principal perjudicad­o es el ciudadano. La única manera en la que este puede reaccionar contra estos y otros abusos es reforzando su espíritu crítico y rechazando cualquier informació­n que no haya sido contrastad­a y verificada por un medio de confianza. Las noticias sesgadas que nos ocupan llegan ahora, al parecer, de Rusia, guiadas por intereses espurios. Pero en un mundo globalizad­o podrían también brotar de otras fuentes. Ante esta proliferac­ión de intoxicaci­ones, toda precaución es poca.

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