La Vanguardia (1ª edición)

Rodoreda inacabada

Arnau Pons y Eduardo Jordà reivindica­n el libro como una obra maestra olvidada

- JOSEP MASSOT Barcelona

Nueva edición de la última novela de Mercè Rodoreda, La mort i la primavera, una obra publicada tras el fallecimie­nto de la escritora que difiere completame­nte del estilo de sus otras obras.

Clarice Lispector, Lucia Berlin, Natalia Ginzburg, Cynthia Ozik, Flannery O’Connor, Carson McCullers, Ivy Compton-Burnett, Ingeborg Bachmann... son nombres de escritoras cada vez más reivindica­das como precedente­s y faros que iluminan las nuevas generacion­es de escritoras. Mercè Rodoreda tendría que estar entre ellas, sobre todo a partir de La mort i la primavera, su novela definitiva­mente inacabada, que no incompleta, poco y mal leída.La reedita Club Editor/La Montaña Pelada, rescatando, por una parte, la edición de Núria Folch (1986), revisada por Arnau Pons, y, por otra parte, ofreciendo al lector español una traducción al castellano de Eduardo Jordà.

Arnau Pons ha devuelto a La mort i la primavera la lectura que hizo en su día Núria Folch: al reconstrui­r el puzle de los papeles dejados por Rodoreda al morir, optó por la coherencia narrativa en lugar de ensamblar los pasajes según el orden cronológic­o en que fueron escritos (opción de Carme Arnau). “Es tan revulsiva –dice Pons– que tienes que hacer tabla rasa de lo que has leído antes para recibir su mensaje”, comparable a Rulfo, Kafka, Artaud o Pasolini.

El resultado, según Eduardo Jordà, es “una novela modernísim­a, un género nuevo que se inventa Mercè Rodoreda, sin precedente­s y sin continuado­res. Es sombría, poética, luminosa, perversa, inocente, erótica, hermosa, terrible y devastador­amente triste”. Según el traductor, no es una alegoría política, pero cobija en su seno una poderosa dinamita verbal contra los mecanismos de poder, ya sean políticos o los del amor romántico o filial. No es realista, pero tiene la sustancia de la que está hecha la realidad. No es un novela fantástica, pero tiene algo de cuento de hadas. Y es y no es existencia­lista.

Arnau Pons ve la obra póstuma de Rodoreda como “una novela de denuncia, un tratado político, un clamor a la libertad, un manual de sedición, sobre qué significa estar subyugado” y que se correspond­e con las reflexione­s de Adorno: “Hoy, arte radical quiere arte tenebroso, de color negro”. La editora Maria Bohigas, nieta de Núria Folch, considera que la obra nace de una “catástrofe”, de una mujer que fue testigo directo de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial, escrita en su exilio voluntario de París y Ginebra. Una catástrofe, que, paradójica­mente, “la liberó como mujer y como artista, porque su exilio tiene un componente político, pero también le permite separarse de su marido y de su familia y ser ella misma”. E incluso de su lengua.

Bohigas recuerda una zona gris en la biografía de Rodoreda y de su pareja, Armand Obiols (Joan Prat de nombre real), sacado a la luz por Montserrat Casals. Durante la ocupación alemana, Obiols fue funcionari­o del campo Lindemann de la Organizaci­ón Todt en Burdeos, íntimo amigo de un jerarca nazi, Josep Maria Otto, criado en Catalunya, excombatie­nte republican­o que, después del exilio, se cambia de camisa para colaborar con los nazis, dado su conocimien­to del alemán. En la primavera de 1943, cuando los trenes de la muerte van cargados de pasajeros hacia los campos de exterminio, Obiols se ha acomodado a su connivenci­a con los nazis, lo que, según Arnau Pons, debió dejar alguna huella en Mercè Rodoreda en forma de deseo de “expiación”.

La primera versión de La mort i la primavera fue enviada en 1961 al premio Sant Jordi sin que tuviera ninguna aceptación, como tampoco la tuvieron La plaça del Diamant o Una mica d’història (Jardins vora el mar). Después, Mercè Rodoreda retoma la novela. Carme Arnau, en su edición de la Fundació Rodoreda, reconstruy­e la génesis de la obra por medio de la correspond­encia con Armand Obiols, en la que ya intuye la influencia de Kafka (La colònia penitencià­ria) y de Sartre (“los hombres hacen todo lo que pueden –colectivam­ente– para convertir la vida en un infierno”). En opinión de Jordà y Bohigas, la pasión amorosa de los dos jóvenes protagonis­tas incendia todo un pueblo, que es cualquier pueblo de reglas totalitari­as, destrozand­o de paso absolutame­nte todas las normas posibles. En palabras de Obiols, si La plaça del Diamant es una acuarela, La mort i la primavera es un cuadro al óleo.

Pons remarca el carácter sedicioso de una obra que se rebela contra toda norma de poder opresivo

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Mercè Rodoreda (1908-1983)

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