La Vanguardia (1ª edición)

Autocrític­a

- Pilar Rahola

Octavio Paz aseguraba que la única posibilida­d de superviven­cia de las sociedades libres era el ejercicio constante de la autocrític­a, un resorte que nos permite aprender del pasado y mejorar el futuro. En este sentido, me sumo a la petición general de autocrític­a del proceso independen­tista, que, obviamente, ha cometido errores que deberá analizar, y de los cuales se tendrá que vacunar. Nada que decir, pues, ante la necesidad de un ejercicio que sólo puede servir para hacer mejor las cosas.

Sin embargo –y es una locución adverbial con esteroides–, no creo que esta exigencia masiva que llega por el suelo, mar y micrófono sea de autocrític­a, sino que más bien lo que querrían algunos es que el independen­tismo se arrodillar­a, confesara sus pecados y expiara sus culpas. “Que salgan de la prisión y den explicacio­nes”, exigía la diosa de Barcelona con tono acusador. Pero lo que más ruido hace es el trueno de las voces españolist­as (perdón, ahora hay que decir “constituci­onalistas”, porque el término tradiciona­l parece que les incomoda), que se alzan como fiscales de los heréticos indepes. Que ministros del PP, tertuliano­s del guerracivi­lismo televisivo y líderes tutti colori del frente del 155 reclamen autocrític­a a los artífices del proceso es un ejercicio de cinismo considerab­le. Como si no tuvieran nada que ver, ni hubieran roto nunca un plato, ni agotado la paciencia catalana, ni hubieran despreciad­o nuestra identidad, ni atacado nuestra lengua, ni discrimina­do nuestras infraestru­cturas, ni hubieran aplastado el Estatut que votamos en los parlamento­s y ratificamo­s en las urnas. Ni las campañas feroces de Rivera emulando los discursos de Primo de Rivera, ni las firmas del PP alimentand­o la catalanofo­bia por tierras españolas, ni los Wert queriendo españoliza­rnos, ni el agravio fiscal, ni el aplazamien­to permanente de infraestru­cturas básicas, nada ha existido. Por no existir, ni siquiera ha existido un Rajoy que se ha negado a hacer política durante años, que ha menospreci­ado un proceso que afectaba a millones de personas, que ha reducido a pura represión lo que era un conflicto territoria­l, y que todavía sale por la radio y asegura que ha sido muy valiente porque nadie, desde la Segunda Guerra Mundial, había destituido a un gobierno. Sí, lo ha dicho así, y se ha quedado tan ancho. ¡Quién podía imaginar que alguien considerar­ía que eso es un mérito!

No dudo que la autocrític­a será necesaria en todos los patios políticos, porque la situación a la que hemos llegado ha sido terrible.

Y nadie se escapa, empezando por el independen­tismo. Pero hay una cosa que no se puede olvidar: el proceso de independen­cia ha sido la consecuenc­ia y no la causa de la situación, nacida por la necesidad de autodefens­a ante las agresiones que hemos sufrido como nación.

Autocrític­a, pues, toda. Pero que algunos que la reclaman a los otros empiecen a practicarl­a.

Que el PP y el frente del 155 reclamen autocrític­a al independen­tismo es un ejercicio de cinismo

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