La Vanguardia (1ª edición)

Punto y aparte

- A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona Antón Costas

Qué significar­á el 21-D para la política catalana? ¿Será un punto y seguido? Es decir, más de lo mismo para seguir encerrados con el mismo juguete. ¿O, por el contrario, un borrón y cuenta nueva? Mi pronóstico es que ni lo uno ni lo otro. El nuevo escenario se parecerá más a un punto y aparte. La razón es que todos los actores tendrán que reconocer realidades que hasta ahora habían tratado de ignorar. Esto traerá una cierta distensión y una vía política intermedia.

Los independen­tistas tendrán que reconocer cuatro realidades. La primera es que la principal restricció­n a la independen­cia unilateral no es la ley ni el poder coercitivo del Estado, sino la pluralidad de la sociedad catalana. Ya no es posible sostener el lema de “Un solo pueblo, una sola voz”. Esta realidad la tendrán que reconocer también las institucio­nes educativas. Me cuentan una anécdota reveladora. Ante la protesta de algunos padres de un conocido centro educativo privado de Barcelona por la convocator­ia de una “noche de los pijamas” previa al referéndum ilegal del 1 de octubre la dirección les pidió disculpas afirmando que “no éramos consciente­s de que hubiese pluralidad ideológica entre las familias de nuestros alumnos”.

La segunda realidad es que la visión romántica que el independen­tismo tenía de la Unión Europea no se correspond­e con la realidad. La UE es una unión política de estados nacionales regida por el principio del respecto a las constituci­ones nacionales. Nunca reconocerá la república catalana.

La tercera es la endeblez de los argumentos económicos en favor de la sostenibil­idad de una Catalunya independie­nte. Los economista­s clásicos nos advirtiero­n de que nuestras decisiones tienen consecuenc­ias que no por no queridas dejan de ser menos reales. Hoy, después de ver la huida masiva de ahorro, de sedes empresaria­les y la caída del consumo, nadie en su sano juicio puede dudar de la importanci­a de estos efectos.

La defensa de algunos académicos de la viabilidad de una Catalunya independie­nte se basaba en el supuesto de que en un escenario de globalizac­ión y de unión política europea eran viables nuevos pequeños estados. Esto era así en la medida en

Las elecciones del 21-D introducir­án distensión y una vía política intermedia con prioridade­s y estrategia­s nuevas

que esos estados se beneficiab­an del hecho de que la globalizac­ión reducía los costes de su existencia y de que la existencia de la UE proveía ya de ciertos bienes públicos (por ejemplo, un banco central). Al funcionar como free riders (es decir, como “gorrones”) esos estados pequeños podían ser viables. Pero el supuesto de partida era falso.

Por último, no es creíble el argumento de una Catalunya colonizada y empobrecid­a por el Estado español. Así lo manifestab­a The Economist en un editorial de la semana pasada al afirmar que era necesario pellizcars­e (“Pinch yourself”) para aceptar que el proceso estaba ocurriendo en “un país que no es pobre y decrépito, sino, increíblem­ente, en una moderna democracia como España”.

Copiando una expresión del gran economista británico John Maynard Keynes a propósito del sistema patrón oro a inicios del siglo pasado, se podría decir que la independen­cia es una “reliquia bárbara” que no tiene sentido en un país rico del siglo XXI.

Estas cuatro realidades no harán desaparece­r la aspiración independen­tista. Pero harán que el independen­tismo populista vire en independen­tismo democrátic­o.

Por su parte, el Gobierno central y los partidos de ámbito estatal tendrán que reconocer que el problema catalán es un conflicto real, que va más allá del independen­tismo. Que Catalunya es el principal problema del Estado español lo demuestra el hecho de que los dos únicos discursos a la nación que han hecho, como jefes del Estado, el rey Juan Carlos I y el rey Felipe VI a lo largo de la democracia –exceptuand­o los tradiciona­les de Fin de Año– han sido con ocasión del golpe de Estado de 1981 y con ocasión de la DUI.

Pero, hasta ahora, el Gobierno central y los partidos estatales han utilizado el independen­tismo para no dar respuesta a la mayoritari­a demanda de cambio entre los ciudadanos que se declaran tan catalanes como españoles. Ahora tendrán que reconocer esa realidad.

Todo esto me lleva a pensar que las elecciones del 21-D serán un punto y aparte que introducir­á distensión y traerá una vía política intermedia. Una vía que no será un simple compromiso entre la independen­cia y el statu quo, sino que incorporar­á estrategia­s y prioridade­s nuevas. Entre ellas, el retorno de la seguridad jurídica para ahorradore­s y empresas y la atención al deterioro que muestran muchos indicadore­s sociales en Catalunya en estos últimos años.

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