Lágrimas invisibles
Más allá del dramático momento político que vivimos, parece que los problemas cotidianos no existen. Las dificultades para llegar a fin de mes, el paro, los contratos basuras, los efectos de los recortes o los desahucios se camuflan bajo la alfombra.
Según la memoria 2016 de Cáritas, de los más de 360.000 ciudadanos que la entidad atendió en Catalunya, 50.000 no tienen hogar y duermen en naves abandonadas, en espacios muy deteriorados, en comercios, en coches o en la calle. El 40% de los usuarios que pasaron por alguno de sus servicios no tienen una vivienda digna. Y aunque no se sabe con exactitud el número de personas que duermen en la calle en Catalunya (en Barcelona superan el millar), su número es escalofriante. Y aunque los indicadores macroeconómicos proclamen a los cuatro vientos que estamos saliendo de la crisis, la supuesta recuperación económica no llega a los más vulnerables.
La memoria también indica que el 71% de las personas atendidas en edad laboral están en el paro o buscan trabajo. En este contexto, el 3,2% de los beneficiarios de Cáritas se han visto obligados a entrar en pisos vacíos y ocuparlos, después de perder su vivienda.
Pero no todos los ocupas son iguales. Hay muchos avariciosos (autóctonos y extranjeros) que, sin tener problemas de subsistencia, ocupan un piso que no es suyo (o más de uno), y sin ser inquilinos legales realquilan habitaciones a pobres de solemnidad que no preguntan quién es el propietario real. Estos usureros pueden ganar un sobresueldo mensual de entre 1.000 y 2.000 euros. Conozco casos en Vic de pisos oficialmente cerrados donde viven 8 o 10 personas. Lo más triste del caso es que muchos de los subocupas, la mayoría inmigrantes, se ven obligados a pagar entre 200 y 300 euros al mes por una habitación de 10 a 15 metros cuadrados, con derecho a un lavabo comunitario. A veces, en alguna de estas minúsculas estancias malvive una familia formada por tres o cuatro individuos, que duermen y cocinan allí. Y si un pobre inquilino no puede pagar la mensualidad al ocupa oficial, este lo echa del piso sin miramientos, con la excusa de que hay mucha gente haciendo cola para entrar.
Algunos de los pisos ocupados por estos impresentables tienen propietarios que no saben cómo solucionar el problema. Otros son propiedad de los bancos, como consecuencia de un trágico desahucio. Lo más sorprendente es que, a pesar de pagar las cuotas mensuales de luz, agua y electricidad, las entidades bancarias parecen desconocer la situación, igual que la administración local. Un misterio digno de ser estudiado, porque el fenómeno está en boca de muchos ciudadanos que conocen la situación y en alguna ocasión han denunciado casos flagrantes. Mientras tanto, riadas de ciudadanos ajenos al futuro político del territorio lloran. Lágrimas invisibles.
Algunos avaros ocupan pisos y ‘realquilan’ habitaciones a pobres de solemnidad