Los Zeleste del 2017
Las salas underground como Sidecar o el Marula se convierten en referencia
Cuando la sala Zeleste abrió sus puertas en la calle Platería (hoy Argenteria) el 23 de mayo de 1973, rápidamente devino punto de reunión y encuentro de los músicos catalanes de la ciudad y, sobre todo, un local donde el aficionado a la música podía degustarla en directo... algo casi quimérico en la ciudad si se trataba de música con cara y ojos (rock, pop, cantautoría, del mundo, electrónica, progresiva), fuera del ámbito del jazz convencional.
De aquel entonces a este ahora la escena, la ciudad y los gustos no son lo que son, pero la música sigue existiendo. De aquel Zeleste sigue permaneciendo su sucesor, Razzmatazz, una vez que el original cerrara sus puertas en 2000 y se trasladara a su ubicación actual en el Poblenou. Cuando así lo hizo ya no tenía ni por asomo ese papel de vanguardia, de espacio al margen de los gustos ortodoxos y/dominantes, de refugio y laboratorio para músicos y grupos inquietos, en fin de ser cabeza visible de lo que se podría calificar de escena underground.
Y ese underground con fecha 2017 seguiría existiendo, en el sentido de una actitud alejada del
mainstream. Desde esta óptica, y ya con un aval otorgado por el tiempo y la experiencia, la sala Sidecar y el Marula Café, ambas ubicadas en el Raval, se podrían tomar como referencia de una apuesta por la programación propia regular con personalidad propia.
El Sidecar de la plaza Reial está celebrando precisamente estos días sus treinta y cinco años de existencia. Su cabeza visible, Roberto Tierz, confiesa sin dudar que la Barcelona musical cuando emergió Zeleste y la actual poco tienen en común. “A finales de los setenta comenzaron a abrir las primeras escuelas de música, lo que supuso que hubiese más músicos y con el tiempo que tocasen mejor. Tampoco había apenas locales de ensayo... En otra escala, nuestras guías musicales entonces eran la radio, y yo no vi a los Stones en un escenario hasta que fui mayor. Ahora, en cambio, todas las facilidades que tienen los jóvenes ha producido que haya una escena más preparada”. En el caso del Sidecar, “siempre nos ha interesado más descubrir cosas que no caer en lo conocido y lo evidente. Como sala nuestro objetivo primordial siempre ha sido en general dar espacio a los que empiezan”.
La estabilidad que dice vivir actualmente el local de la plaza Reial se podría hace extensible al del Marula, en la calle Escudellers, que también está de aniversario (en su caso ocho años), asentando una programación de música regular –sesiones y en vivo– de rítmicas más negroides. Y es que diferencia de lo que pasaba hace cuatro decenios, el público que va a las salas ha cambiado, sobre todo en el aspecto de que tiene menos prejuicios, y no distingue tanto entre la música que escucha y la que le gusta bailar. Sin embargo, recalca Tierz, en un escenario con tres patas como las salas, los grupos y el público, “la pata que falla es la tercera, la del público; éste, quizás ante tanta oferta, no va a los conciertos si no los conoce. Ese público curioso que había antes ahora no existe prácticamente, al menos el que veo en mi sala”. Algo en lo que más o menos coincide Miquel Cabal, antiguo corresponsable del Heliogàbal, cuando asegura que “ahora hay un cambio generacional en la manera de entender la
BOOM DEL PEQUEÑO FORMATO Últimamente se ha percibido en Barcelona un aumento de las salas de pequeño formato
LA RADIOGRAFÍA Aunque el público es mucho menos curioso, la escena musical emergente es muy sólida
música en directo. Ahora haces conciertos para gente muy joven, y esta aguanta media hora como mucho”.
Con todo, en el denso, amplio e imbricado mapa actual de la música en directo en Barcelona, hay una realidad que la hace especialmente atractiva y es su pujante escena emergente. El problema con ella es que hasta no hace mucho había una falta de adecuación entre este flujo de nuevas propuestas, reacias a repetir clichés, y la oferta existente de locales adecuados. Es decir, existen grandes contenedores culturales, generalmente públicos, salas de tamaño medio y un número no despreciable de bares musicales con aforo muy pequeño. Como dice Carmen Zapata –portavoz de la privada Asociación de Salas de Conciertos de Catalunya–, en la gran Barcelona siguen faltando sobre todo salas de un aforo de entre 200 y 400 personas, mientras que “en los últimos meses han aparecido bastantes de pequeño formato”.
Además del Sidecar y el Marula, el underground asentado tiene otras anclas, comenzando por el célebre Heliogàbal, en Gràcia, aunque tras su clausura ahora está abierto solo como bar y no tiene una programación regular. Hay que continuar con el BeGood, en el Poblenou, con una programación transversal (según sus responsables, “de riesgo, de compromiso, de giras más minoritarias”, incluido metal) llevada por el colectivo L’Afluent, y también con el Freedonia, un espacio cultural multidisciplinar en el Raval, con una programación estable de conciertos, conferencias y mucho más, que genera un aplauso colectivo.
Siguiendo la estela de este último, un espacio muy en boca ahora mismo es la asociación cultural El Pumarejo, insólitamente en la calle Gomis, con locales de ensayo y una amplia sala polivalente que acoge conciertos de raíz radicalmente indie. Entre los más consolidados no pueden faltar el Robadors 23, el Euskal Etxea, el DioBar –muy activo en el Raval–, el autogestionado Koitton Club de Sants, el también ahora mismo muy pujante Almo2bar, en Gràcia, que acoge programación de toda índole y algún festival de pequeño formato, o el vecino El Col·leccionista, muy apreciado en el barrio.
En las zonas más periféricas la actividad no decae: Depósito Legal y L’Oncle Jack, en l’Hospitalet de Ll.; la programación mestiza de La Masia (Sant Boi del Ll.); la música indie de Els Pagesos (S. Feliu del Ll.) o algunos espacios cívicos como el Ateneu Popular de 9 Barris, el Espai Jove La Fontana o La Capsa de El Prat.
A todo ello hay que añadir, como apunta Lluís Cabrera –presidente de la Fundació Taller de Músics–, “toda una red de locales en el extrarradio donde se hace música en vivo de modo regular y que prefieren vivir en la clandestinidad administrativa porque es más divertido; si se dieran de alta como locales de música en directo, allí comenzarían sus problemas”.. Pero esa ya es otra historia.