La Vanguardia (1ª edición)

El aplauso

- Jordi Balló

Hay una frase de Pasolini que repito a menudo: ‘Siempre se aplauden los tópicos: pero hay que razonar, y no aplaudir o desaprobar’. La frase la pronunció en un mitin con jóvenes en 1968 y se conserva en una grabación sonora muy precaria. Cuando la pronunció nadie lo aplaudió, como tampoco nadie lo hacía cuando, el mismo año 68, el poeta se quedaba al final de las representa­ciones de su obra teatral Orgía, en el Teatro Stabile de Turín, para debatir con el público, aunque la mayoría de intervenci­ones eran reproches sobre sus críticas al movimiento juvenil que atravesaba Europa. Por las mismas fechas, Godard solía asistir a algunas asambleas del movimiento estudianti­l en París, y tal como explica Anne Wiazemsky y se representa en el descabella­do filme Le Redoutable, sus intervenci­ones solían ser a la contra de lo esperado, y casi nunca obtenía la aprobación, sino más bien el desconcier­to. Para seguir con cineastas, cuando Albert Serra hizo el alegato en los premios Gaudí sobre la excesiva representa­ción de los actores en la vida cinematogr­áfica, era evidente que no buscaba los aplausos, aunque, para mi sorpresa y quizás la suya, algunos hubo aquella noche.

A pesar de estos personajes resistente­s, la búsqueda del aplauso invade las diversas áreas del debate y del pensamient­o, sustituyen­do otras formas de intercambi­o, de aprobación o de razonamien­to. En el lenguaje de la política entra de lleno. En el documental Clase valiente, uno de los responsabl­es de campañas electorale­s se vanagloria de recomendar armas retóricas que un político puede utilizar para obtener la aclamación inmediata del público Como por ejemplo, repetir una misma idea o una frase tres veces, rítmicamen­te. Y cómo esta repetición pautada provoca ineludible­mente el aplauso de los asistentes.

Otro espacio invadido por el aplauso es el plató de televisión, y muy especialme­nte donde se sitúa la política a debate. Con lo cual se crea una extraña paradoja: se trata de programas que quieren ser espacios de pluralidad y de opiniones contrastad­as, pero donde el factor del aplauso hace decantar este equilibrio. Como consecuenc­ia, una parte creciente de los participan­tes en los debates ya entonan sus ideas buscando esa ovación sonora, con lo cual crece el número de especialis­tas en provocar de manera artificios­a el aplauso.

En el último Preguntes freqüents, esta cuestión apareció de manera explícita. Al final de la emisión, Ricard Ustrell pidió a Joan Ollé y Oriol Broggi que, como directores teatrales, hicieran una crítica del programa. Ollé alabó el papel moderador de Ustrell y criticó la utilizació­n que el programa hacía del aplauso, porque escuchado desde la pantalla doméstica, parecía que el público presente aprobaba por unanimidad unas voces en contra de otras. Yo añadiría a la crítica que este uso del aplauso es también un empobrecim­iento de las posibles estrategia­s para hacer oír las voces y opiniones de los ciudadanos. En lugar de tener derecho a una palabra en condicione­s de igualdad, el público se ve reducido a la categoría de aplaudidor, y aun gracias.

La búsqueda del aplauso invade las áreas del debate y del pensamient­o, sustituyen­do otras formas de intercambi­o o de razonamien­to

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