Nada que defender
¿Por qué llora Buffon? El Mundial puede sobrevivir sin Italia. Entre el jogo bonito de Brasil, la ocasión de la consagración definitiva de Messi o la camiseta republicana de la roja no faltarán motivos para que el torneo tenga vidilla. Pero, como reconocía el escritor Massimo Gramellini, el problema surge en “la viceversa”, porque Italia no puede sobrevivir sin Mundial. Porque en un país con la autoestima baja, la máxima competición del deporte rey acostumbra a ser la ocasión de reivindicarse, cada cuatro años, como un grande. Por sus cuatro victorias mundiales, e incluso por su propuesta futbolística, su marca de fábrica.
Dicen que en Italia hay 60 millones de seleccionadores. Y es verdad. Pero incluso en las críticas y las eternas discusiones, la selección azzurra contribuye a fortalecer un sentimiento de comunidad y de pertenencia. Ahora esto se acabó. Se acabaron las notti magiche en las terrazas comiendo pizzas delante de la pantalla gigante, la cerveza bien fría. Se acabaron los coros del himno antes del partido y el refrán poropó de la victoria de Berlín en el 2006. Se acabaron los programas televisivos interminables con legiones de tertulianos. Para más inri, Italia perdió contra un equipo que hizo más catenaccio que ella misma. La humillación definitiva: verse derrotados frente a un espejo. Y, como suele ocurrir, ha empezado el juego de las culpas. Que si la federación, el entrenador... Matteo Cossu, fundador de la revista de fútbol Uno-Due, reconoce que en esta eliminación también hay algo de muy italiano: “Cuando las cosas van mal, todos dicen que no tiene arreglo”. Hay quien habla de fortalecer la cantera, de reducir el número de extranjeros, de hacer una liga con 18 equipos, de implantar centros de alto rendimiento. Todo se puede discutir. Pero aquella convicción de que cuando el juego se endurece Italia siempre sobrevive, aquel orgullo que nos hace decir, como Nereo Rocco, “nosotros hacemos el catenaccio, los demás son prudentes”, tendremos que dejarlo aparcado en el baúl de los recuerdos. Esto es lo más cruel: los Mundiales para los italianos forman parte del calendario. Todos nos acordamos en qué playa estábamos y cuál era nuestro amor de verano cuando Italia metió ese gol en esa edición. Ahora estamos abandonados, no tendremos nada que recordar, nada que defender. Que es lo que mejor sabemos hacer.