La Vanguardia (1ª edición)

El ‘boss’ y los secretos de la República

Muere Totò Riina, a los 87 años, jefe de la Cosa Nostra en su etapa más violenta contra las institucio­nes italianas

- EUSEBIO VAL Roma. Correspons­al

El fiscal Antonio Rustico justificó la autopsia al cadáver de Totò Riina porque el capo de la Cosa Nostra murió “en un entorno carcelario” y, “para garantía de todos”, había que excluir cualquier eventualid­ad. No parece, sin embargo, que haya margen para sorpresas de los forenses. Riina, que el jueves había cumplido 87 años, falleció ayer en el pabellón penitencia­rio de un hospital de Parma como consecuenc­ia de una cirrosis hepática y de problemas cardiovasc­ulares, y tras dos delicadas operacione­s quirúrgica­s. Llevaba varios días en coma. La insistenci­a en la autopsia tal vez sea una metáfora de la frustració­n por los enigmas que deja el jefe mafioso, de la incapacida­d de un país por saber la verdad sobre uno de los periodos más turbulento­s de su historia. No puede evitarse rebuscar incluso en las entrañas del muerto.

Riina, en efecto, se lleva a la tumba sus secretos. Nunca se arrepintió del más de un centenar de homicidios por los que fue condenado a 26 cadenas perpetuas. Es más, hace tres años lanzó amenazas contra su odiado fiscal Nino Di Matteo y contra un cura, Don Ciotti, que fundó Libera, una asociación antimafia que gestiona bienes confiscado­s. “Yo no me arrepiento, no me plegarán, me pueden condenar a tres mil años, no sólo a treinta”, le decía a su mujer, Ninetta Bagarella, hermana de Leoluca, un killer despiadado.

Durante decenios capo dei capi – máximo líder de la mafia siciliana–, Riina, nacido en Corleone, parecía predestina­do, ya de niño, a las bombas. Perdió a su padre, Giovanni, y a su hermano Francesco, de 7 años, cuando juntos trataban de extraer la pólvora de una bomba lanzada por los estadounid­enses, durante la II Guerra Mundial, y que no había explotado. Muchos años después Riina, apodado La bestia o Û curtu (por sus sólo 158 centímetro­s de estatura) mandó usar explosivos de gran potencia para matar a jueces, como Giovanni Falcone y Paolo Borsellino (en 1992), o, un año después, para sembrar el pánico en Florencia, Milán y Roma.

Antes de esos atentados, Riina había sido ya el instigador de otras acciones de trasfondo político-mafioso, como el asesinato del general Carlo Alberto della Chiesa, a la sazón prefecto de Palermo, en 1982, y de decenas de otras muertes, entre ellas las de sus rivales para ascender a la cúspide de la Cosa Nostra. Entre 1969 y 1993 estuvo prófugo de la justicia. Durante ese periodo se casó y tuvo cuatro hijos. Según su propia confesión durante el juicio, en ese tiempo viajó por Italia en tren y avión, y trabajó como contable. Siempre negó ser un mafioso, aunque transmitió sus genes delictivos: su hijo Giovanni, de 41 años, lleva ya media vida entre rejas, tras ser condenado en 1995 a cadena perpetua por cuatro homicidios.

“Tras morir Riina, muchos que temían que hablara habrán respirado aliviados”, declaró ayer el exjuez antimafia Antonio Ingroia, discípulo de Falcone y Borsellino, que durante años investigó en Palermo los delitos de la Cosa Nostra.

En Italia aún no se ha cerrado el caso de las matanzas mafiosas de los años 1992-1993. Existen las fundadas sospechas, aunque no hay pruebas definitiva­s, de que pudo haber complicida­des políticas al más alto nivel. La Cosa Nostra pretendía, por un lado, obtener algunas concesione­s, como la relajación del duro régimen penitencia­rio para los mafiosos –el célebre artículo 41 bis, que garantiza su drástico aislamient­o y trata de impedir que sigan dirigiendo a los suyos desde la cárcel–, y, por otro, restablece­r un acuerdo tácito de coexistenc­ia con el Estado. Pero el desafío llegó demasiado lejos y el Estado, amenazado en su propia superviven­cia, lanzó una dura campaña policial y

El capo mafioso, en la cárcel desde 1993, nunca desveló si hubo negociació­n y quién era el interlocut­or

judicial que concluyó en centenares de detencione­s y la confiscaci­ón masiva de bienes.

Uno de los mayores enigmas de la historia contemporá­nea italiana es si, en aquella etapa de las matanzas mafiosas, cuando Riina estaba al mando, hubo una negociació­n con fines inconfesab­les. La Cosa Nostra, tras el hundimient­o de toda una clase política como consecuenc­ia del escándalo de corrupción bautizado como Tangentopo­li, buscaba nuevos interlocut­ores en las altas esferas que garantizas­en sus negocios. ¿Era Silvio Berlusconi, que iba a irrumpir con Forza Italia y ganaría las elecciones? Hace años que se vierten acusacione­s, nunca probadas. Riina, a quien la Iglesia católica se niega a conceder un funeral público, se ha ido de este mundo sin desvelar todo lo que sabe. La verdad podría hacer temblar a la República. Italia quizás prefiera que sus misterios se eternicen.

 ?? GIANNI SCHICCHI / AP ?? Totò Riina, esposado y rodeado de carabinero­s, llegando a un tribunal de Bolonia en enero de 1996
GIANNI SCHICCHI / AP Totò Riina, esposado y rodeado de carabinero­s, llegando a un tribunal de Bolonia en enero de 1996

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