La Vanguardia (1ª edición)

La doble locura

- Francesc Granell

Gracias a Juan Antonio Samaranch y a muchas generacion­es de gente que había trabajado bien Barcelona y Catalunya habían alcanzado cotas de notoriedad y reputación que nos permitiero­n escalar posiciones en rankings mundiales y un notable bienestar social.

Pero esta sociedad entró un buen día en la locura del independen­tismo nacido en algunas comarcas catalanas. Algunos denunciamo­s aquello con argumentos y mensajes que los mismos que han sido los protagonis­tas del proceso reconocen ahora, tras ver que su hoja de ruta ha resultado una hoja de ruina, con mucho engaño a gentes de buena fe que incluso ahora siguen creyéndola posible.

Los resultados están ahí: varios exconselle­rs en prisión preventiva desde el 2 de noviembre, el expresiden­t y varios exconselle­rs haciendo el ridículo en Bruselas para –supuestame­nte– hacer saber al mundo que Catalunya existe. Bancos y miles de empresas deslocaliz­adas, mil empresas con domicilio fiscal desplazado fuera de Catalunya, caídas en el número de turistas y de cruceros. Caídas en las ventas en Catalunya y en el resto de España y falta de inversión y creación de puestos de trabajo ante la situación de inestabili­dad a que, desde la Generalita­t, se nos ha abocado hasta llegar a la indeseada pero lógica aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón por Rajoy después de la discutida

declaració­n de independen­cia del 27 de octubre, culminando las desastrosa­s leyes autonómica­s aprobadas el 6 y 7 de septiembre y el lamentable referéndum ilegal del 1 de octubre al que acudieron de buena fe muchas personas movilizada­s por argumentos que los mismos que los difundiero­n han reconocido ahora que no respondían a la realidad.

Dicho esto, ahora nos encontramo­s ante unas inciertas elecciones autonómica­s del 21 de diciembre. Muchos confiamos en que los partidos que aún tienen seny presenten programas electorale­s motivadore­s con contenido de gobierno, pues hablar solo de una utópica independen­cia o de inmovilism­o ya no va a convencer a nadie con dos dedos de frente.

En esta falta de un futuro tranquiliz­ador para que las inversione­s volvieran a Barcelona estábamos, cuando el pasado 12 de noviembre vimos con sorpresa que unos pocos comunes –de los que sólo apoyan a 11 concejales– resolviero­n por sólo 323 votos de diferencia que la alcaldesa Ada Colau debía romper el pacto de gobierno municipal con el PSC.

Parece que para Barcelona las desgracias no vienen solas y por si la locura independen­tista no hubiera hecho suficiente daño se enfrenta ahora a otra nueva locura: la rotura del pacto de gobierno municipal estable, que con errores y todo, debía extenderse hasta las municipale­s del 2019.

¿Qué pecados habremos cometido los barcelones­es para que –con estas dos locuras de unas partitocra­cias irresponsa­bles– se nos prive de lo que, con años de trabajo, habíamos conseguido para poner a Barcelona en el mundo?

A la acción independen­tista se añade la decisión de los comunes de romper con el PSC en Barcelona

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