La Vanguardia (1ª edición)

El valor de la duda

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Me agradan los que dudan, los que consultan a su corazón indeciso…”. Estos versos de una canción de Barbara señalan un transitar por la vida con la duda como compañera del camino. Personalme­nte no me fío ni poco ni mucho de quienes no dudan nunca, de los que hablan de argumentos inamovible­s, de verdades absolutas, en una palabra, de los que niegan por sistema que la vida es un cambio constante y, por lo tanto, revisable.

La duda es el cuestionam­iento de cada valor dado por seguro en un momento determinad­o, es la rendija por donde posiblemen­te la verdad se deja entrever, es no dar por hecho y terminado cualquier trabajo o sistema de convivenci­a, por ejemplo. Uno de los valores de la duda es la modestia, la prudencia en la apreciació­n de las cosas, la moderación de las actitudes. Es todo lo contrario de la soberbia y del desprecio, y deja un espacio para que lo que se muestra como una diferencia pueda ser escuchada.

En rural se decía “Dios nos libre de un ya está hecho”. Un dicho sabio porque implica una crítica a la no-reflexión y al hacer tan sólo por hacer. Y en este mundo en el que vivimos parece que el hacer se ha erigido como un tótem sagrado con el eufemismo de la productivi­dad que no se sabe bien a quién beneficia y a quién perjudica fuertement­e. Es necesario un espíritu crítico sobre todo lo que pasa, valorando ventajas e inconvenie­ntes, valorando costes y precios, valorando la materia pero también el espíritu, valorando el cielo y la Tierra en sentido literal. Es aquello de que “lo poco que sabemos nos da la medida del inmenso desconocim­iento que tenemos” y eso nos reconduce a los límites de la condición humana; nuestra inteligenc­ia nos informa de lo poco que sabemos. Y ello implica el valor de la duda, el hecho de que andamos buscando un poco de verdad en medio de la confusión de los artefactos que se van sucediendo, como si fuesen retazos de las mentiras de los que no dudan nunca.

Aceptar la duda es aceptar el posible error nuestro y de los demás y también la necesidad de la reflexión y la moderación en todo lo que se dice y hace; en definitiva, una renuncia a la omnipotenc­ia y un ajuste a la realidad.

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