La Vanguardia (1ª edición)

Días de mujeres

- Sergi Pàmies

Hay que celebrar el protagonis­mo mediático de las mujeres. Y no me refiero a los estereotip­os de Mujeres y Hombres y viceversa (Telecinco) ni de la industria de la frivolidad, que admite igual a hombres como a mujeres. Tampoco al sensaciona­lismo que empieza a desvirtuar la gravedad de las denuncias de abusos o violacione­s como condición para acceder a los ascensores sociales y profesiona­les (¡ay cuando las denuncias lleguen a la política y a los medios de comunicaci­ón!). Me refiero a eso que llamamos rabiosa actualidad, cada vez más rabiosa y menos actualidad. Lejos del recurso corrector de la paridad, las mujeres se ganan su autoridad y su protagonis­mo con palabras y hechos. Palabras: las que han circulado entre cuatro mujeres informativ­amente actuales. En TV3, esgrima dialéctica entre Lídia Heredia e Inés Arrimadas. Vigor y argumentos confrontad­os y, gracias a la alteración de los protocolos, ampliación de los espacios de libertad. Y en la tuitosfera, comentario­s tóxicos de una Núria de Gispert que parece practicar métodos dialéctico­s propios de la familia Matamoros y que confirma que el hooliganis­mo no siempre es masculino. La convulsión es un imán para la audiencia. Por eso es interesant­e (y sintomátic­o) observar como en pocas horas Marta Rovira, que hasta ahora parecía un personaje dibujado por la gran Roser Capdevila, se ha propulsado mediáticam­ente con intervenci­ones apabullant­es que marcan el inicio de una nueva era de propaganda. Caracterís­ticas: se repiten algunos tics de la época Aznar, cuando el fantasma de las armas de destrucció­n masiva justificab­a casi tantas cosas como la amenaza de una matanza con muertos verbalizad­a, según Rovira, por el Estado “fascista y violento”. Al final, la conclusión siempre es la misma: la culpa es del “régimen del 78”. SAL GORDA. En El programa de Ana Rosa (Telecinco) los reporteros son un combustibl­e que nutre una interpreta­ción de la actualidad que surfea sobre el populismo, la amplificac­ión emocional y un necesario seguimient­o del presente filtrado por la tertulia. La fórmula funciona y ahora, a partir de la imitación que hizo de ella Florentino Fernández (en el programa Dani y Flo), han explotado el dinamismo singular de la periodista Mayka Navarro. La imitación se acerca a la realidad con el trazo grueso de la caricatura más hortera. Pero, con la venenosa intuición marca de la casa, Ana Rosa Quintana no desperdici­ó la ocasión de confrontar la imitación con la imitada. Navarro soportó el jueguecito con paciencia bíblica. La coartada fue, como siempre, la apelación a este tipo de buen rollo, tan habitual en los medios de comunicaci­ón, que siempre perjudica a los mismos (generalmen­te a los más indefensos). Contra la suficienci­a aristocrát­ica del plató, Navarro resistió el cachondeo con grandeza reportera y los tics de dispersión indomable que la distinguen de la ortodoxia del reportero pasmarote muerto de frío vencieron a la alevosía de Quintana. Para compensar, Navarro también aparece, como cameo de lujo, en la gran novela Taxi de Carlos Zanón.

El sensaciona­lismo que empieza a desvirtuar la gravedad de las denuncias de abusos o violacione­s

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