Cassiers escenifica la Europa ambigua ante los refugiados
El director flamenco lleva ‘Grensgeval’ a Temporada Alta
Tras la solución final nazi, la crisis de los refugiados. El director flamenco Guy Cassiers presentó el año pasado en el festival Temporada Alta Las benévolas, fascinante adaptación de la inmensa novela de Jonathan Littell sobre el horror nazi. Y hoy Cassiers (Amberes, 1960) regresa al Teatre Municipal de Girona con Grensgeval (El caso de la frontera) para poner en escena –con cinco actores, 16 bailarines, imágenes del Bosco y pantallas que muestran la saturación de información actual– otro tema hiriente y que sigue sin solución: la crisis de los refugiados. Y, sobre todo, la actitud de Europa y los europeos frente a ella. Dos temas, el de la solución final nazi y el de la crisis de los refugiados actual, unidos para Cassiers por una cuestión que le preocupa especialmente en su teatro: el lenguaje, el que utilizaron los nazis para deshumanizar a los judíos como parásitos, de forma que su exterminio ya no fue tan difícil, y el que se usa hoy con los refugiados, con términos como tsunami.
Grensgeval, una pieza muy física, se basa, explica Cassiers, en textos sobre la tragedia de los refugiados que la Nobel de Literatura Elfriede Jelinek escribe desde hace tres años en un blog. Jelinek, cuenta el director flamenco, usa el tradicional coro de la tragedia griega, que hace continuamente comentarios a la situación política y social de hoy, “dando puntos de vista sobre las noticias que uno ve cada día por la noche, sea una fotografía o una historia contada por un refugiado”. Historias que absorbe de las noticias y traduce a la voz que, en su opinión, usa ahora Europa con el tema. Un lenguaje que refuerza la ambigüedad de nuestro comportamiento hacia los refugiados, un lenguaje que nos ayuda a protegernos y no tener que abordar la situación.
Grensgeval está dividida, explica Cassiers, en tres partes: “La primera muestra la situación en los barcos de los emigrantes. Los europeos hablan de ellos desde muy lejos como si fueran dioses que reflexionan sobre el tema, fríos, sin identificarse realmente. La segunda muestra la confrontación cuando los refugiados llegan a Europa y los europeos tienen que compartir el espacio. La tercera parte es el aislamiento que se produce cuando los refugiados son colocados en un lugar concreto mientras esperan y piensan qué les va a suceder, si podrán quedarse o serán devueltos”. Tres momentos en los que actores y bailarines mantienen una relación distinta: “Inicialmente los actores tienen el control de la situación y los bailarines están muy limitados en sus acciones. Luego, en el encuentro, las disciplinas explotan, es un shock para todos y las herramientas que usaban se pierden. Al final, en el aislamiento, la identidad se pierde, no vemos ya diferencia entre actores, bailarines y elementos visuales”.
Pero el tema principal, remarca Cassiers, “es la fuerza del lenguaje y el lenguaje de la fuerza”. “En mi teatro el lenguaje es un elemento importante para ayudar a imaginar un tema y Elfriede Jelinek escribe hace tres años el blog justamente porque ve que en los medios y en la política el tema de los refugiados no es explicado correctamente. En Bélgica por ejemplo hay políticos que hablan de los refugiados como de un tsunami que abruma Europa. Si hablas de esa manera tan visual, asustas a la gente. A Jelinek le preocupa cómo el lenguaje puede imponer una dirección concreta, cómo manipula a la gente a la hora de absorber la información. La realidad es manipulada a través del lenguaje, y ese es uno de los grandes temas con
“A Jelinek le preocupa cómo el lenguaje manipula a la gente a la hora de absorber la información”
los que nos confronta la autora”.
Una autora que no sólo ataca a medios o políticos, dice Cassiers, sino que “muestra la responsabilidad individual sobre el tema, nos confronta con la manera esquizofrénica como nos comportamos en una especie de compás de espera y escondiéndonos en nuestras casas pensando que si cerramos la puerta no tenemos que saber lo que pasa fuera”. Además, para el director, Jelinek pone al continente ante el espejo: “Hablamos mucho de Europa desde el punto de vista económico, en el que las relaciones entre los países están muy desarrolladas, pero cultural, ética y moralmente nada se ha desarrollado. Ante una nueva situación, no sabemos cómo reaccionar. Jelinek muestra que si queremos un futuro para Europa debemos comunicarnos y generar un diálogo artístico y ético para crear una identidad y ser responsables sin perder la identidad de cada uno”, concluye.