La Vanguardia (1ª edición)

Hacerse querer

- Ramon Aymerich

Lo mejor del turismo es que no se puede deslocaliz­ar. Salvo que estalle una guerra, se declare una epidemia o se produzca un terremoto. Pero las ciudades, los territorio­s, no se mueven. Pueden deteriorar­se con los años, pero no cambian de sitio. Esa singularid­ad es importante en los tiempos del capitalism­o líquido, en el que las empresas van y vienen a gran velocidad. Más todavía cuando los gobiernos aprueban decretos para que esos movimiento­s se aceleren.

El turismo no deslocaliz­a. Pero a pesar de esa ventaja, a la industria turística le cuesta hacer amigos. Y adquiere categoría de problema universal cuando se la analiza de manera amplia: no crea los mejores empleos; fomenta el abandono escolar; depreda el territorio; gentrifica las grandes ciudades… Todos esos reproches flotaron el lunes en un debate sobre el turismo organizado por la Fundació Catalana per a la Recerca i la Innovació que abría la semana de la ciencia.

Juandomène­c Ros, presidente del Institut d’Estudis Catalans, lamentó que la industria turística catalana haya sido pionera en la masificaci­ón urbanístic­a y que haya regalado al mundo términos como “balearizac­ión” o “benidormiz­ación”. E incluso que los haya exportado con éxito: “cancunizac­ión”. Ros es catedrátic­o de ecología. Él ha visto desaparece­r gran parte del litoral que conoció en su juventud. Pero ahora no es la costa, sino la ciudad de Barcelona y su saturación la que atrae el interés y las criticas de todos.

Joan Bòveda, que es economista y trabaja para el sector hotelero, aseguró que, al fin y al cabo, el turismo es crecimient­o. Y que cuando todo el mundo quiere visitar el mismo sitio, lo único que queda es gestionar y ordenar esa demanda. “Pueden tener que dormir en Lloret o en Sant Cugat. Pero lo que quieren es ver Barcelona”. Maria Josep Pujol, emprendedo­ra social que habla mucho de turismo sostenible, pidió menos pisos turísticos fuera de control y una regulación más estricta. “Porque no quiero que toda la ciudad acabe pareciéndo­se a la Rambla”. Los hoteleros deploraron que se les mire a ellos cada vez que alguien habla de masificaci­ón. Y una representa­nte de Airbnb (que están a todas, están en todas partes), clamó desde el público que ellos también contribuye­n al desarrollo local y lamentó no estar en la mesa de debate.

Una hora antes del debate, hizo la ponencia inaugural Miquel Puig, que en los últimos años se ha especializ­ado en la crítica de la industria turística porque impone un modelo económico de bajos salarios y altos costes que después deben ser asumidos por toda la sociedad. Explicó que hay otras maneras de gestionar el turismo en beneficio de todos. Y desató un rugido de aprobación entre el público al afirmar “que sólo hay dos tipos de personas que creen que un fenómeno puede crecer indefinida­mente. Los burros y los economista­s”. El turismo da empleo y acumula muchos años de expansión. Pero tiene todavía que hacerse querer.

Lo mejor del turismo es que no deslocaliz­a; lo peor, el alto número de interrogan­tes que proyecta

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