La Vanguardia (1ª edición)

La mesa del mayor divorcio

LA ÚLTIMA PALABRA LA TENDRÁN ANGELA MERKEL, THERESA MAY Y LOS DEMÁS LÍDERES DE LA UNIÓN EUROPEA. PERO LA NEGOCIACIÓ­N DE LOS DETALLES DEL DIVORCIO POLÍTICO MÁS FAMOSO DE LA HISTORIA CORRE A CARGO DE DOS EQUIPOS DE FUNCIONARI­OS, LIDERADOS POR DAVID DAVIS Y

- RAFAEL RAMOS Londres

Disolver un matrimonio de más de cuarenta años no podía ser ni fácil ni barato, y los pronóstico­s más pesimistas se están haciendo realidad. La Unión Europea es como el cónyuge reticente, que todavía apuesta por dar una segunda oportunida­d a la pareja, pero si no es así quiere llevarse la pasta, y es inflexible a la hora de reclamar su parte del piso, del coche, del apartament­o en la playa y hasta de los viejos discos de vinilo que crían polvo en las cajas del garaje. El Reino Unido, por su parte, es el cónyuge romántico que añora la juventud y la libertad perdidas, y se empeña en empezar de nuevo aunque el sentido común le diga que es una locura.

En un divorcio normal son los abogados quienes se sientan a la mesa para resolver discrepanc­ias, pulir flecos, organizar el reparto y llevarse el dinero. En este caso, quienes llevan la batuta son un grupo selecto de funcionari­os europeos y británicos, encargados de preparar el terreno para que el final los 27 por un lado y el Reino Unido por otro firman el acuerdo de separación. Por el momento han celebrado ya seis rondas negociador­es, con progresos sustancial­es en uno de los tres capítulos (los derechos de los ciudadanos), pero bloqueo en los otros dos (la frontera de Irlanda y la factura de divorcio propiament­e dicha). La posición de Bruselas es que tiene que haber “progresos sustancial­es en los tres” para pasar a la siguiente carpeta, que es la negociació­n de un acuerdo comercial entre ambas partes.

Las tácticas utilizadas son por completo diferentes. La británica consiste en poner el mínimo posible de cartas sobre la mesa, a sabiendas de que son mucho peores que las del rival. Sólo tiene un as, que es el deseo europeo de exprimirle económicam­ente al máximo posible, y que pague su parte de los presupuest­os de los próximos años y todas las obligacion­es contraídas antes de que se haga efectivo el Brexit, incluidas las pensiones de los funcionari­os de la UE, una factura que se estima en unos 60.000 millones de euros. La primera ministra Theresa May se ha mostrado hasta dispuesta a acoquinar un tercio de esa suma, y asume que tendrá que subir la puja. Su problema es hasta dónde puede llegar sin que se rebelen los euroescépt­icos que la tienen secuestrad­a en Downing Street.

La estrategia de la UE, en cambio, consiste en compartime­ntar los temas e ir cerrando ventanas en la pantalla del ordenador. Primero, el estatus de los 3,2 millones de europeos residentes en el Reino Unido. Segundo, impedir la creación de una frontera dura (con garitas y controles) entre la República de Irlanda y el Ulster. Tercero, el dinero que Londres ha de pagar por el divorcio. Y sólo después empezar a hablar de comercio. De esa manera, neutraliza el empeño británico en dividir a los 27.

En principio el objetivo era que el Consejo Europeo de mediados de diciembre diera luz verde al inicio de las negociacio­nes comerciale­s, pero para que sea así los británicos han de ponerse las pilas y aflojar la cartera. Cada vez parece más posible que el tema quede relegado hasta marzo, y Bruselas ha dado a Londres un ultimátum de dos semanas para que presente propuestas más concretas que hasta ahora. El Gobierno de Theresa May responde que no puede especular sobre la cantidad final a liquidar sin saber qué tipo de relación va a existir después del divorcio. Si es beneficios­a, sería más generoso. Y si no lo es, ¿para qué pagar? Un círculo vicioso que hasta ahora ha sido imposible de cuadrar.

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