La Vanguardia (1ª edición)

‘Celler’ con borrachito­s

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Galeries Laietanes fue un establecim­iento de primera en su ramo y sin embargo puede sorprender que su celler pasara a ser quizá el espacio más celebrado. ¿Acaso porque una bodega lo propiciaba? Sí, pero no en el sentido que quizá se pueda sospechar.

Galeries Laietanes, en Gran Via Corts Catalanes, 613, había sido inaugurada en 1915 por Santiago Segura y era como una prolongaci­ón del Faianç Català de 1891. No sólo fue un acreditado centro de exposicion­es, mayormente antes de la guerra, sino que tenía otro aliciente, cual era la librería que se encontraba al entrar y que regentaban los hermanos Salvat-Papasseit.

Era un lugar que en principio reunía las condicione­s para acoger una tertulia de una cierta categoría; y digo en principio, pues todo dependía entonces y siempre de la simpatía y hospitalid­ad de su dueño. Segura era sociable y culto, y poco después de la apertura del local ya se organizó una reunión fija de los tertuliano­s.

He aquí los primeros: Josep M. López Picó, Carles Riba y Joaquim Folguera, todos ellos redactores de la publicació­n literaria La Revista, que dirigía el poeta citado en primer lugar. Pronto se sumó el escultor Manolo Hugué, cuando estaba en Barcelona; al tiempo que también el poeta y periodista J.V. Foix, amén del escritor y pintor Josep M. de Sucre.

Las primeras reuniones se establecie­ron en una habitación que había al fondo de la sala de exposicion­es: un despacho que a diario pasó a acoger la mencionada tertulia.

Pronto se hizo evidente que era necesario dar con un sitio más idóneo, y sobre todo que permitiera que los contertuli­os, llevados de la animación lógica, pudieran explayarse sin el freno puesto para no molestar. Fue escogida la bodega, en el subterráne­o. Era amplia y acogedora. Se accedía por dos escaleras y tenía un par de salas: la más espaciosa era el comedor y la otra, la cocina. Lo ha evocado con precisión Francesc Fontbona.

Un celler sólo lo podía decorar con acierto y pasión Xavier Nogués; los tipos que ya llenaban su obra, con chistera o no, con la nariz enrojecida o no, formaban el paisaje humano muy regocijant­e, con un humorismo que les insuflaba vida y malicia. El artista aceptó encantado.

Se puso a trabajar y, sin que aquellos bajos perdieran su condición bodeguera, derramó una voluntad de rellenarlo todo. Escogió la pica de agua, creó lámparas hechas con botellas verdes vacías y el escultor Granyer le ayudó a modelar el pomo que remataba la escalera. Pintó unos murales deslumbran­tes en homenaje al vino y sus tan simpáticos borrachito­s. Pronto se acercaron Casas y Rusiñol, allí le fue rendido en 1917 el homenaje a Picasso, entre otras múltiples excusas para celebrar siempre lo que fuera.

La obra de Nogués fue arrancada y vendida al por menor en 1947, excepto lo fue a parar a museos.

Xavier Nogués aceptó encantado decorar aquella bodega acogedora, intensa y original

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