La Vanguardia (1ª edición)

Allez, Johnny!

- Joaquín Luna

Visto desde la península Ibérica, Johnny Hallyday parecía el perfecto gilipollas francés, que se las daba de rockero americano, llevaba cadenas de oro y para mayor inquina contraía matrimonio con Sylvie Vartan, prototipo de la vecina rubita y moderna –ya nos entendemos– que salía con chicos mayores.

Los gilipollas éramos nosotros, claro. La envidia, que es muy mala.

Ha muerto Johhny Hallyday, ahora que habíamos aprendido a pronunciar su apellido artístico y valorar su repertorio, el vozarrón y un rostro mefistofél­ico, surcado de años bien vividos y mejor llevados. –¡Johnny, Johnny, Johnny! Sorprendía la platea del Liceu el 8 de marzo de hace un año. Estaba copada por franceses maduros y combativos, algunos llegados de Senegal, como unos vecinos de asiento. Y había asientos vacíos, los suficiente­s para concluir que la relación entre los catalanes y Hallyday estuvo condiciona­da por los estereotip­os iniciales y cierto desdén intelectua­loide. Cómo explicar si no cierta frialdad local ante la primera actuación por todo lo alto de un monstruo indiscutib­le.

Hallyday no era Gainsbourg ni Vartan se parecía a Jane Birkin pero tampoco hacía falta compararle­s. Y convenía complement­arlos para entender los días de gloria de la Francia de la V República, instaurada en 1958 por el general De Gaulle, vigente pero sin el brillo de sus primeras décadas.

Hallyday lo dio todo en el Liceu –como se dice ahora– porque tenía todo lo que acredita a un mito: un gran repertorio (con vampirismo­s añejos, tal que su Noir c’est noir, adaptación del Black is black de Los Bravos), presencia –un don raro, no menor– y el amor –con sexo– de sus fieles seguidores, que crecieron con Hallyday de la misma manera que muchos votaban PCF y tiraban ahora a lepenistas, nostálgico­s de las grandes usines, las fatalidade­s de Poulidor y la francofoní­a, concepto administra­tivo que esconde ese tesoro universal que es la lengua francesa.

Y qué manera de cantar Ma Guele a cara de perro, su Que je t’aime –eso que llamamos un himno generacion­al, gran canción sobre el amor sin prisionero­s– o el afrodisiac­o Allumer le feu. Todo bajo su particular forma de sudar: soy vuestro, copains. Anécdota al respecto de Oriol Regàs en Los años divinos: Johnny Hallyday actuaba en su Maddox de la Costa Brava en 1970 y pidió tres botellas de agua antes de salir a escena. Se las bebió una tras otra. “C’est mon secret”, explicó al asombrado Regàs. Con la calentura de los focos, “un copioso sudor invadía su rostro”. Trucos de un rey del rock.

¿Elvis? Hallyday cultivaba el lado macarra y pichabrava pero le sobraba personalid­ad y voz para reducirlo a un guiñol.

Un grande. Allez, Johnny!

Visto desde la Península, parecía el perfecto gilipollas; la envidia es muy mala: fue un grande

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain