La Vanguardia (1ª edición)

Bajo el hielo ruso

- Nina L. Khrushchev­a N.L. KHRUSHCHEV­A, decana asociada en The New School en Nueva York. © Project Syndicate, 2017

Los problemas judiciales de Igor Sechin, director ejecutivo de la petrolera estatal rusa Rosneft, están envueltos en el misterio con que se rigen los destinos en la Rusia de Putin, tal como explica Nina L. Khrushchev­a: “En Rusia, figuras poderosas o famosas, como, por ejemplo, Jodorkovsk­i, no se ven envueltas en casos legales sin la aprobación explícita del Kremlin. Ningún juez o fiscal del tribunal de Moscú de bajo nivel podría haber convocado a Sechin unilateral­mente”.

El régimen del presidente Vladímir Putin es tan esfinge como cualquiera que haya gobernado Rusia, y ahora hay un nuevo misterio en marcha. ¿Igor Sechin, quizás el silovik más poderoso de San Petersburg­o que ayudó a establecer el régimen de Putin hace 18 años, está a punto de caer?

Los siloviki, los hombres grises que emergieron del aparato de seguridad y militar, han gobernado el gallinero en Rusia durante la última generación. Sechin tuvo una carrera más sustancial en la KGB que el mismo Putin, y ocupó muchos puestos clave en la administra­ción de su patrón. Desde el año 2012, ha sido director ejecutivo del gigante petrolero estatal Rosneft, la tercera empresa más grande de Rusia, cuyo presidente de la junta desde septiembre es el excancille­r alemán Gerhard Schröder.

Bajo el liderazgo de Sechin, Rosneft se ha convertido en un estado dentro de un Estado, con un cuarto de millón de empleados, 65.000 millones de dólares en ingresos y 50 subsidiari­as en Rusia y en el extranjero, tantas como Gazprom. Y Rosneft, incluso más que Gazprom, ha sido pionera en el modus operandi del sistema Putin desde el 2004, cuando se hizo cargo de los activos de Yukos, tras el encarcelam­iento del jefe de la compañía, Mijaíl Jodorkovsk­i, un opositor de Putin, por cargos de fraude y malversaci­ón.

Sechin siempre ha tenido una línea directa con Putin. Muchos rusos han supuesto que él también es el ojo y el oído del sucesor de la KGB, el Servicio Federal de Seguridad (FSB), en el sector de recursos naturales, que forma el núcleo de la economía rusa y es el centro de las redes de poder corruptas del país.

Sin embargo, hoy, Sechin está involucrad­o en una muy pública, y simbólicam­ente significat­iva, pelea en un tribunal. Ha sido citado en tres ocasiones por un tribunal penal de Moscú para testificar en un caso contra Alexéi Uliukáyev, un exministro de Desarrollo Económico. Pero Sechin no ha comparecid­o, con su oficina diciéndole al tribunal que no estaría disponible hasta el próximo año.

Todo comenzó hace un año, cuando Uliukáyev fue detenido en la sede central de Rosneft en Moscú, donde supuestame­nte intentaba obtener un soborno de dos millones de dólares de Sechin a cambio de su apoyo a la adquisició­n planificad­a de Rosneft de una mayoría de acciones estatales en Bashneft, una compañía regional de petróleo. Después de una conversaci­ón previa sobre el tema, Sechin denunció a Uliukáyev en el FSB que estaba esperando para poner al ministro bajo custodia.

La verdadera motivación detrás de la decisión de Sechin de ir tras Uliukáyev es incierta. Quizás sintió que el ministro necesitaba recordar su lugar en la rígida jerarquía del Kremlin. O tal vez, como se rumorea, Uliukáyev estaba trabajando con otros funcionari­os para controlar a Sechin impidiendo que Rosneft adquiriera las acciones de Bashneft.

En cualquier caso, el plan de Sechin –del cual Putin bien podría no haber sabido nada– pronto fracasó, ya que los procedimie­ntos legales se hicieron públicos. Particular­mente condenator­ias, las transcripc­iones de las grabacione­s secretas de Sechin de su conversaci­ón con Uliukáyev, parte de una operación encubierta en la que Sechin desempeñó un papel principal, fueron reveladas en septiembre.

Sechin definió la decisión del tribunal de abrir el caso al público de “cretinismo profesiona­l”. Él afirma que “casos como este deben cerrarse por todos lados”, porque “contienen secretos de Estado”. Pero la verdad es que Sechin era arrogante y un tonto al asumir que no sería arrastrado al caso.

Por supuesto, dado el papel de Sechin en atrapar a Uliukáyev, la lógica dicta que debería haber sido el primer testigo llamado. Pero, en Rusia, figuras poderosas o famosas, como, por ejemplo, Jodorkovsk­i, no se ven envueltas en casos legales sin la aprobación explícita del Kremlin. Ningún juez o fiscal del tribunal de Moscú de bajo nivel podría haber convocado a Sechin unilateral­mente.

Al igual que en el caso Jodorkovsk­i, el Kremlin parece estar utilizando el tribunal como una plataforma para aclarar las posiciones de la élite rusa. Esto es particular­mente importante en el periodo previo a las presidenci­ales del 2018, sobre todo porque se rumorea que Putin está buscando un lacayo de confianza para hacerse cargo de su puesto, al menos temporalme­nte.

Incluso si Putin vuelve a presentars­e, el resultado más probable, dada su inclinació­n por el control total, será buscar un primer ministro subordinad­o. El actual, Dmitri Medvédev, ha sido desacredit­ado por ser ineficient­e y el ciudadano lo ve como un pigmeo político.

Al perseguir a uno de los ministros de Putin, Sechin parecía estar flexionand­o sus músculos, tal vez creyendo que esto demostrarí­a su disposició­n como un jugador político de horario estelar. En cambio, el episodio simplement­e ha demostrado, una vez más, que no existe un “número dos” real en Rusia; sólo hay Putin, controland­o el FSB, los tribunales y las alturas de mando de la economía.

Si Putin decide seguir siendo presidente o temporalme­nte para ocupar el puesto con un títere, como lo hizo en el 2008 con Medvédev, su mensaje no podría ser más claro: yo, y sólo yo, estoy al cargo.

Los hombres grises surgidos del aparato de seguridad ruso –los ‘siloviki’– no ensombrece­n el control total de Putin

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JORDI BARBA

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