“La causa es la causa, donde sea”
En familia o con amigos, en avión, coche, autocar o caravana..., “todos a Bruselas”
Las estelades y prendas de abrigo amarillas brota a borbotones desde primera hora de la mañana en toda Bélgica. En el transporte público de Bruselas pero también en los trenes que llegan de Amberes, Brujas y Gante, los aeropuertos, en áreas de servicio de autopistas... Los hoteles de la capital colgaron hace días el cartel de completo y muchos manifestantes optaron por hacer noche en otras localidades. Bruselas los espera, organizada como pocas veces, para hacer frente a la masiva manifestación independentista catalana para “despertar a Europa”.
Llegan en familia o con amigos. En coche, en autocar, en autocaravana o en avión. “Todos a Bruselas”, se decían al encontrarse con otro grupo de visitantes amarillos. Para evitar aglomeraciones innecesarias, el metro ha sido gratis para los manifestantes. La policía controla los accesos para que los viajeros sólo bajen a los andenes conforme llegaban los vagones, para evitar accidentes. Llegan a tope. Los viajeros autóctonos observan impresionados, en silencio. “Ei, Oriol, com va?”, saluda alegre un viajero a un conocido del pueblo en uno de los vagones. La emoción se palpa en el ambiente. Alguien arranca a cantar Els segadors, y todo el convoy se suma.
La presencia de militares armados hasta los dientes sorprende a algunos manifestantes. “No están aquí por nosotros, llevan tiempo en la calle”, explica entre risas un hombre. “¿Qué pasó aquí, fue lo de la discoteca o una camioneta?”, se pregunta una mujer precisamente en la estación de Maelbeek, donde hace año y medio se inmoló un terrorista, asesinando a 16 personas. Llegamos al barrio europeo. Todo el mundo tiene claro dónde apearse: Merode, junto al parque del Cincuentenario.
El día no podía ser más desapacible. Cinco grados, viento y un cielo gris y cubierto que pronto cumplirá la amenaza de lluvia. Los manifestantes llegan preparados para lo peor, con anoraks, botas de nieve, chubasqueros y hasta ponchos de usar y tirar y enormes bufandas amarillas. El umbral de creatividad está bien alto. Hay un Papá Noel de amarillo, una mujer con unos navideños cuernos de reno dorados, perros con abrigos con la estelada, niños con gorros y monos de los famosos Minions...
“Como la Diada, pero con frío”, comenta un grupo llegado desde Granollers en coche. “Participamos cada año. Cada semana y cada día, si hace falta, vamos de manifestaciones”, dice Consol. “Desde el 2012, porque queremos votar y no nos escuchan”, afirma Carme. Unos dicen que nacieron independentistas; Jordi, que se convirtió “gracias al señor Alfonso Guerra cuando se cepilló el Estatut”.
El ambiente es festivo, familiar pero con una alta carga política. “Libertad para los presos políticos”, “Algunos en la UE sólo defienden la democracia cuando les interesa” , “El retorno de la Inquisición”, “Los valencianos, con el presidente de la República Catalana”, se lee en las pancartas. La manifestación empieza a moverse. En un balcón de la avenida de la Renaissance los esperan lanzándoles petons, con banderas españolas y catalana. Suena Peret y Manolo
Después de la manifestación, grupos de bomberos fueron a hospitales a donar sangre
Escobar. Unos se toman a broma el duelo de símbolos y responden con un “boti, boti, boti, espanyol el qui no boti”. Otros les dedican una peineta.
La marcha, más multitudinaria de lo esperado (45.000 personas, según la policía belga), avanza lentamente hasta llegar a la plaza Jean Rey, donde se ha instalado un escenario y una gran pantalla. Se disparan cientos de selfies. La lluvia se hace cada vez más intensa. El pop de Els Catarres ayuda a sobrellevar el frío. Acabado el acto, quien puede sale corriendo hacia el transporte público. Efectivos de bomberos hacen un último gesto antes de irse de Bruselas: ir a donar sangre a hospitales belgas.
En Schuman, unas amigas de Barcelona bien informadas evitan el metro y se montan en un tren que va a la estación Central. “Participamos en todas las manifestaciones. Siempre que podemos, claro”, explica una que viajó en avión y que se queda unos días. “La causa es la causa”, cuenta otra que llegó en coche. Cumplida su misión y aclarado que su interlocutora conoce la ciudad, preguntan: “¿Dónde podemos ir a comer mejillones por la Grand-Place?”