El escándalo del siglo
Dije que no había nada inapropiado. Muy a mi pesar, tengo que admitir que no era verdad, y que os engañé a vosotros y a mis colegas en el Parlamento”, escribía el secretario de Estado para el Ministerio de la Guerra, John Profumo, en su carta de dimisión en 1963. Con esta frase de hombre casado arrepentido arrancaba lo que los periódicos sensacionalistas británicos bautizaron como “el escándalo del siglo”. Una especie de affaire a lo Monica Lewinsky pero mucho más grave, porque comprometía a la seguridad nacional en tiempos de guerra fría, cuando las historias que más seducían en las portadas hablaban de espías. El caso Profumo, que se ha ganado un destacado –y desproporcionado– puesto en la historia británica, sirvió para sacudir a su sociedad pero sobre todo para destapar la hipocresía moral de la clase alta conservadora.
Su principal víctima fue la bailarina erótica –aunque ella prefería llamarse modelo– Christine Keeler, envuelta en un caso surrealista que acabó implicando al MI5 y forzando la caída de un primer ministro. Tuvo que vivir toda la vida con el pesar de sus actos a los 19 años, e intentar superar penurias económicas vendiendo su historia a la prensa, cada vez con un nuevo giro más inverosímil, y publicando libros. Nunca cumplió su sueño de ser actriz, pero el affaire Profumo tuvo su gran salto a la gran pantalla en 1989 con Scandal, con Joanne Whalley y Ian McKellen, una de otras tantas adaptaciones. La BBC prepara una miniserie de seis capítulos para el 2018.
Keeler nació en Uxbridge, en las afueras de Londres, en 1942. Fue criada por su madre y su padrastro, a quien siempre tuvo miedo. Se quedó embarazada a los 17 de un soldado americano que desapareció, su madre le hizo intentar abortar, y cuando el bebé nació en casa, sin asistencia, apenas sobrevivió unos cuantos días. Esto todavía la empujó más a querer huir de aquella casa para cumplir sus sueños de convertirse en modelo. En lugar de desfilar, terminó bailando en el Murray’s Cabaret Club, donde hombres acaudalados y de alta posición pagaban por mirar a chicas con los pechos al aire.
Ella quería ser modelo y en el club conoció al osteópata Stephen Ward, con quien mantuvo una intensa relación –no sexual– y le presentó los distinguidos círculos de la alta sociedad en que se movía. Ward se codeaba con la aristocracia, gente poderosa de Downing Street e incluso miembros de la casa real, según contó ella en uno de sus libros. Traía a chicas de clase baja como Keeler a fiestas distinguidas.
“En ese tiempo, había chicas buenas y chicas malas. Las chicas buenas no tenían sexo, las malas tenían un poco”, dijo Keeler en una ocasión. “Yo disfrutaba del sexo”, explicó, “pero al menos no era hipócrita. Eran otros quienes disfrazaban sus pecados entre trajes”. Algunos la han llamado prostituta, pero ella siempre lo ha rechazado pese a haber aceptado sexo por dinero en momentos de desesperación.
En julio de 1961, en una de estas juergas en Buckinghamshire, Keeler bailaba desnuda –se le había “caído” el bañador– en una piscina y llamó la atención de dos hombres. Uno de ellos era Profumo –había acudido con su esposa, actriz– que entonces sonaba entre los aspirantes a sustituir al primer ministro tory Harold Macmillan. Ella tenía apenas 19 años, y él 46. También se fijó en ella el agregado naval ruso Yevgeny Ivanov, empleado en la embajada.
Se convirtió en la amante de ambos hombres, aunque no se supo hasta meses más tarde. La aspirante a modelo tenía otros dos queridos, que se enzarzaron en una pelea callejera que terminó a tiros frente a la casa del osteópata. Para exculparse de la investigación contó su relación con Profumo, pero también con Ivanov. Entonces entró la inteligencia en la ecuación y el MI5 llegó a temer que hubiese pasado secretos militares en el lecho del enemigo.
Profumo se vio obligado a dimitir por haber mentido al Parlamento, y seis meses después también tuvo que hacerlo el primer ministro.
Christine Keeler murió el lunes a los 75 años en el hospital universitario Princess Royal de Farnborough, en el sureste de Inglaterra. En su cuenta de Facebook, su hijo Seymour Platt escribió: “Luchó muchas luchas en su intensa vida, algunas las perdió, pero en otras ganó. Se ha ganado su sitio en la historia británica pero a un gran precio personal”.
Fue la principal cara del caso Profumo, por el que terminó dimitiendo el primer ministro Macmillan