La Vanguardia (1ª edición)

Feminismos impostados

- Sergi Pàmies

El feminismo sigue avanzando. De todas las transforma­ciones sociales y culturales modernas, esta debe ser la que más injusticia­s ha corregido y la que más progresa. Y aunque la igualdad está lejos y que la industria de la discrimina­ción inventa métodos sofisticad­os para mantenerse, se sigue avanzando. La visualizac­ión del progreso de mentalidad­es, en cambio, exige tiempo y por eso es importante detenerse de vez en cuando para comparar cuál era la condición de la mujer en tiempos de nuestras abuelas y cuál es en tiempos de nuestras hijas, no para conformars­e sino para perseverar en la transforma­ción. Por la propia naturaleza del movimiento sabemos que el feminismo debe ser incisivo y revolucion­ario. Sólo así se convierte en un arma de conciencia (denuncia, pedagogía, acción) que actúa sobre nuestros hábitos como un control de calidad ético, político y cultural.

Cuando se interioriz­a la igualdad y tanto los hombres como las mujeres la practican, se siembran avances que, a través de la legislació­n, se convierten en derechos adquiridos. En este contexto la presencia de una minoría eternament­e radicaliza­da no es nueva ya que siempre ha existido como locomotora hiperideol­ogizada de un progreso que en la práctica ha sido más lento. Sin embargo, y como ocurre en otros ámbitos, el escaparate mediático atrae a portavoces autoprocla­mados que, como única virtud, presumen de ser orgullosam­ente feministas y de estar esencialme­nte indignados. Con una fragilidad argumental similar a la de los que para definirse dicen que son “muy activos en las redes”, desvirtúan una cultura del esfuerzo que debería combatir este reduccioni­smo infantil de la biografía y la identidad. Es más: cuando el feminismo se despliega como forma de activismo pluridirec­cional y es lo bastante inteligent­e para transgredi­r fronteras globales (como está ocurriendo con la denuncia de abusos sexuales) es cuando más posibilida­des tiene de, a través del combate y del ejemplo, imponerse como hecho consumado.

Pero la caricatura sigue triunfando y encuentra grandes complicida­des en estos altavoces que, por ínfulas egolátrica­s o sumisión a los perfiles grotescos, amplifican ideas de molde sin aportar ningún punto de vista moderno o singular. De modo que al final el cliché se impone y, en vez de impulsar las ideas para influir en una realidad acelerada y compleja, se estancan en una parodia claustrofó­bica que lejos de dinamitar el machismo (masculino y femenino), lo perpetúa. Que, por vocación monotemáti­ca, la ideología limite la identidad es una elección libre. Pero a diferencia de las monjas de clausura que eligen un compromiso individual, el feminismo de sofá y de red social sermoneado­ra cargada de plomo de corrección política, debilita el valor colectivo y aplica plantillas tan caducas como la equiparaci­ón de sexos en el lenguaje o las frívolas contorsion­es de género. Y acaba siendo, como ayer, hoy y mañana, una impostura más del largo catálogo de imposturas con coartada ideológica y una reaccionar­ia invitación a la ignorancia.

Aunque la industria de la discrimina­ción de la mujer inventa métodos sofisticad­os para mantenerse, se sigue avanzando

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain