La Vanguardia (1ª edición)

El día que se retire Messi

- José María Brunet

Un amigo mío suele decir que el día que se retire Messi se habrá acabado el fútbol y forzosamen­te habrá que inventar otro deporte. Su idea es que ya nadie podrá provocar como el crack de Rosario fenómenos consecutiv­os de hipnosis colectiva y explosión de euforia en los estadios. Suelo darle la razón por deferencia y porque me parece muy poética esa idea de convertir toda una especialid­ad deportiva en epitafio viviente.

Si intenta ir más allá, procuro evitar que caiga en el desvarío, pero no siempre lo consigo. “Hasta aquí llegó el fútbol”, querría él que se leyese bajo la fecha en que se hubiera registrado la trágica efeméride. Su tesis es que cabría componer un calendario futbolísti­co, igual que un día se inventó el calendario juliano y luego el gregoriano.

Lanzado ya por la pendiente, hace poco me propuso que la fecha de la marcha de Messi quedase con el pie en blanco. El resto de los días continuarí­an teniendo sus santos y advocacion­es, pero el de la marcha de su ídolo debería equiparars­e a la jornada dramática en que se acabase el mundo. Así, el 6 de diciembre seguiría siendo el de San Emiliano médico, el 9 de marzo el de Santa Catalina de Bolonia y el 24 de febrero el de San Sergio de Capadocia. Pero el día en que el genio de Rosario hubiera colgado las botas, quedaría en blanco. Sólo en letra pequeña –me dijo– estaría escrito: “Aquí empieza el abismo, no intente asomarse”.

En otra ocasión, me propuso buscar al sabio Maimónides en la esquina del tiempo en que reposen sus ideas filosófica­s para pedirle que inventara otro número, equivalent­e al 10, con el fin de que la representa­ción de la decena pudiera desaparece­r de los sistemas de cálculo. “El diez es irrepetibl­e”, sentenció una noche, mientras los empleados

Mi amigo cuestiona que el 10 siga en el sistema numérico cuando se vaya Messi, porque “el diez es irrepetibl­e”, dice

del Camp Nou trataban de sacarle del embrujamie­nto narcótico en que había caído. “Venga, señores, que ya hace media hora que se acabó el partido”, le decían, mientras él seguía haciendo propuestas absurdas con la mirada clavada allá abajo, en alguna parte del césped. “Tú llama a Euclides –añadía–, y yo buscaré a Pitágoras; seguro que les convencemo­s”.

Últimament­e, mi amigo está mejor. No consiguió hablar con los sabios de Grecia, ni contactar con el célebre judío de Córdoba, pero algo debió decirle Joan Manuel Serrat, porque se tranquiliz­ó. Y más que se ha repuesto al comprobar en estas fechas que el Barça cuida a Messi más que Putin a las bailarinas del Bolshoi. Ahora no le cansan tanto, y le pagan más. Mi amigo no cabe en sí de gozo. Y, por fortuna, ya se le van olvidando las ideas de cambiar el santoral y de identifica­r el día de la marcha de Messi con el último de vida en el planeta. Pero le sigo temiendo. Hace poco le oí hablar solo. Decía no sé qué de recuperar a Neymar. No quise interrumpi­rle. Me limité a cerrar la puerta.

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