La Vanguardia (1ª edición)

Presidenci­alismo

- Enric Juliana

Francesc Macià observa muy enfadado como dos personajes de aspecto malvado intentan recortar las patas de su sillón presidenci­al. El hombre que empuña la sierra es Joan Lluhí i Vallescà, conseller en cap de la Generalita­t. Su asistente es Antoni Xirau, director del semanario L’Opinió , alrededor del cual ser articula una de las corrientes internas de Esquerra Republican­a. Invierno de 1933. La viñeta, firmada por Carles (quizá el pintor y dibujante Domènec Carles), aparece reproducid­a en una espléndida biografía de Lluhí i Vallescà, publicada hace unos meses por los historiado­res Enric Ucelay-Da Cal y Arnau Gonzàlez Vilalta. (Joan Lluhí i Vallescà. L’home que va portar la República. Editorial Base). El abogado Lluhí i Vallescà (Barcelona, 1897-México, 1944) fue el primer conseller en cap de la Generalita­t, una vez aprobado el Estatut de 1932 y celebradas las primeras elecciones al Parlament de Catalunya, que la coalición dirigida por ERC ganó por aplastante mayoría absoluta (67 escaños sobre 85).

El primer ministro Lluhí, sin embargo, duró muy poco. Cinco semanas. El presidente Macìa le nombró el 19 de diciembre de 1932 y le destituyó de manera fulminante el 24 de enero de 1933, alarmado por la política que intentaba llevar a cabo el líder intelectua­l de L’Opinió. Lluhí, un político de perfil laborista, ambicioso, tenaz y posiblemen­te no muy simpático, quería aproximar la autonomía catalana al modelo británico: parlamento fuerte, gobierno ágil, primer ministro con mando y un presidente popular y representa­tivo. Un hipótesis gubernamen­tal y anticaudil­lista que pronto disgustó a Macià. L’Avi no quería que nadie le hiciese sombra. El teniente coronel Macià era paternal, popular –pese a no ser un buen orador– y muy presidenci­alista. Ucelay Da Cal y Gonzàlez Vilanova sostienen que el concepto ya había sido formulado por Francesc Cambó en los años veinte, al abogar por un presidenci­alismo fuerte como solución a los problemas de España.

Lluís Companys, sucesor de Macià, llegó al cargo bajo la sospecha de ser poco nacionalis­ta. Los hechos de Octubre de 1934 le llevaron a la cárcel y le encumbraro­n en el catalanism­o. El fusilamien­to, en 1940, le convirtió en mito. Josep Tarradella­s cultivó el presidenci­alismo catalán en el exilio, tozudament­e. El presidente salvaguard­aba la continuida­d histórica de la institució­n. En octubre de 1977, regresó una Generalita­t rotundamen­te presidenci­al. Jordi Pujol labró con obsesivo esmero un presidenci­alismo fuerte de 23 años. Pasqual Maragall le imitó en la alcaldía de Barcelona y ejerció un presidenci­alismo suave durante su mandato tripartito. José Montilla, al frente de un tripartito frágil y artificios­o, no fue muy presidenci­alista. La tradición la recuperó Artur Mas, retratado con los brazos extendidos como Moisés cuando cometió el error de adelantar elecciones en septiembre del 2012. El Gran Error. La grave equivocaci­ón estratégic­a que ha conducido a la situación actual.

La Generalita­t es muy presidenci­alista desde 1931 y ello ayuda a explicar por qué la candidatur­a legitimist­a de Carles Puigdemont está recortando la ventaja de ERC en las encuestas.

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. Una viñeta sobre Macià, en 1933
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