La Vanguardia (1ª edición)

‘Singing in the rain’

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Pocas personas consiguen ser felices sin odiar alguna otra persona, partido o nación. Miquel Iceta es uno de ellos. Parecía feliz en una manifestac­ión españolist­a junto a Arrimadas y Albiol, pero también cuando propuso a Puigdemont acompañarl­e al Senado. Fue feliz con los distintos líderes del PSC (algunos de ellos antagónico­s): Serra, Maragall, Montilla y Navarro. Últimament­e, escucha con atención a Obiols, a quien, en tiempos remotos, contribuyó a defenestra­r. Se ha reído con todos los líderes del PSOE. Con Sánchez ha bailado mucho, pero si hubiera ganado Díaz, la habría desbordado por la derecha bailando sevillanas sin parar.

Cuando estaba de moda el centrismo, era el más centrado. Con el regreso del izquierdis­mo ha desempolva­do los apuntes marxistas de Tierno, su “viejo profesor”. En la época del Estatut, durante la insomne pugna tripartita, compitió en el Parlament por exhibir su catalanida­d, pero se ha tragado el sapo del 155 cual aceituna de vermut. Parece frívolo y tacticista, pero es estoico. Convencido de que la fe no sólo no mueve montañas, sino que suele provocar grandes catástrofe­s, Iceta soporta resignadam­ente los hechos irreparabl­es y para sus velas políticas escoge los vientos tranquilos. Es el más rápido e irónico de los parlamenta­rios. También el menos agresivo. Más que orador es prestidigi­tador o ilusionist­a: quien le escucha entiende que Iceta podría venderle exactament­e la moto contraria.

Por ser irónico y bailón, por tener siempre una frase divertida o una sonrisa que regalar, le hemos valorado durante años como un showman de la política, no como un líder o un predicador. No se propone rehacer ningún capítulo de la Ilíada o la Odisea, no pretende emular a Ulises ni alcanzar Ítaca alguna. El buen rollo es su estado natural, lo que, en tiempos de cárceles y tremendism­os, no deja de ser un respiro. Los presos le reprochan ligereza y él viene a recordarle­s que a menudo una alegría falsa es políticame­nte más útil, en tiempos de preocupaci­ón, que la socializac­ión de la tristeza.

Una alegría falsa es más útil

que la socializac­ión de la tristeza

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MIQUEL ICETA (PSC)

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