La Vanguardia (1ª edición)

El Brexit entra en la fase relevante

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DESPUÉS de nueve meses de negociacio­nes, el Reino Unido y la Unión Europea han formalizad­o su divorcio tras alcanzar las partes el viernes un acuerdo sobre todos los puntos fundamenta­les en la mesa: factura por los gastos de salida, derechos de los ciudadanos europeos residentes en las islas y la frontera de Irlanda del Norte. Ahora viene lo más complicado: levantar un modelo de convivenci­a que permita a las dos partes salir lo mejor paradas posible de una situación sin precedente.

Bruselas y Londres han cerrado el primer capítulo del Brexit con un acuerdo que refuerza el equipo negociador que dirige el veterano alto funcionari­o francés Michel Barnier y debilita aún más a la premier Theresa May, muy criticada por lo que muchos partidario­s del Brexit consideran una renuncia. La factura que abonar a modo de compensaci­ón y finiquito ronda los 45.000 millones de euros, un hecho ocultado ignominios­amente durante la campaña del referéndum por los partidario­s de la salida. Bruselas también ha impuesto sus tesis sobre el mantenimie­nto de los derechos europeos hasta que su situación quede definitiva­mente fijada en las negociacio­nes de esta segunda fase, cuyo objetivo es enmarcar las relaciones comerciale­s, económicas y financiera­s entre los 27 y el Reino Unido después de la salida formal, en marzo del 2019. La tercera pata del acuerdo garantiza que la frontera de Irlanda del Norte con Irlanda, miembro de la UE, será blanda y no penalizará al conjunto de la isla, una garantía que carece de la indispensa­ble letra pequeña del contrato, especialme­nte interesant­e en este caso.

El divorcio está resultando un vía crucis para la primera ministra británica, castigada en las urnas, cuestionad­a por su propio partido –hay muchos correligio­narios que parecen esperar a que termine de quemarse con el Brexit para rebelarse– y blanco fácil para quienes votaron por la salida creyendo que no tendría un impacto negativo en sus vidas y hoy tampoco tiene a quien reclamar o echar las culpas por las promesas incumplida­s. La premier conservado­ra Theresa May trata de ganar oxígeno y asegura que estas concesione­s hechas a la Unión Europea para cerrar el divorcio permitirán ahora al Reino Unido encarar el segundo y más decisivo capítulo –el comercio con el resto de Europa– de forma más ventajosa y sin los condiciona­ntes de los compromiso­s adquiridos.

La segunda fase del Brexit no comenzará a ser negociada hasta el primer trimestre del 2018 y exige el plácet de los líderes de los 27 estados en la cumbre del 15 de diciembre. Esta segunda fase no tiene, a priori, un plazo y podría prolongars­e incluso años, según fuentes de ambos bandos, lo que exigirá en el 2018 pactar qué condicione­s rigen durante la etapa provisiona­l.

Para Europa, el balance del divorcio formal es altamente positivo. El portazo británico tuvo un efecto cohesionad­or y la unanimidad de criterios ha sido total –uno de los problemas del crecimient­o de la UE es la cacofonía–. Parece cundir el convencimi­ento de que sin los británicos hay vida y porvenir, aunque convendría que Alemania disponga lo antes posible de un nuevo gobierno –el SPD acepta ahora negociar una reedición de la gran coalición con la CDU de la canciller Angela Merkel– y se aleje el fantasma de nuevas elecciones, que aplazarían el impulso que necesita la Europa post-Brexit, impensable sin el concurso y el liderazgo de Berlín.

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