La Vanguardia (1ª edición)

Jerusalén (2)

- Pilar Rahola

Trump toma la decisión de trasladar la embajada a Jerusalén, y se abren las puertas del infierno, con Hamás anunciando la enésima oleada de violencia. Sin embargo, ¿es una decisión insensata?

Primero, la persona: es evidente que lo peor es que sea la decisión de un presidente caótico y contestado. Aunque Trump no ha tomado la decisión, sino que no ha firmado el waiver ,la postergaci­ón de medio año que firmaban los distintos presidente­s para no cumplir la ley del Congreso de 1995, que justamente determina la capitalida­d de Jerusalén y exige trasladar la embajada. Desde Clinton, EE.UU. tiene clara la capitalida­d, pero no la había hecho efectiva. Trump lo acaba de hacer. ¿Es malo que sea él? Ni sí, ni no, porque este conflicto no se mide por la popularida­d de sus protagonis­tas, sino por los efectos de sus decisiones.

Segundo, el hecho: ¿es justo? Es indiscutib­le porque la anomalía no está en reconocer la capitalida­d de Jerusalén, sino en normalizar que Israel sea el único país soberano del mundo cuya capital quieren decidirla los otros países. Es la capital de un Estado miembro de la ONU, tiene todas las institucio­nes de gobierno y tiene el consenso democrátic­o de su gente. Otra cosa muy distinta es que exista un conflicto por resolver, pero ¿quién es nadie para decirle a Israel que su capital no es su capital? ¿Lo permitiría Irán, Francia, Jordania? Sin embargo, parece que aquello que nadie aceptaría deba permitirlo siempre Israel.

Tercero, el proceso de paz: ¿lo dificulta, lo imposibili­ta, tal como algunos plantean? Antes cabe preguntars­e de qué proceso hablamos cuando hablamos del proceso de paz. ¿Dónde está, en qué mesa, en qué órgano directivo de Hamás, en qué relato? Porque de momento llevan setenta años de situación violenta y 22 años desde la primera vez que Clinton postergó la decisión, y el no reconocimi­ento no ha acercado la paz ni un centímetro. Al contrario, hay quien considera que no se pueden sentar las bases de ninguna negociació­n si algunos temas no están superados, y la capitalida­d de Jerusalén es uno de ellos. Otra cosa es la opción de una bicapitali­dad palestina, de un estatus internacio­nal para los lugares santos, etcétera, pero nada de ello queda anulado por la decisión de Trump. Sin olvidar que la mezquita de Al Aqsa continúa bajo control del Waqf islámico, como siempre ha estado.

Cuarto, el entorno: ¿puede desestabil­izar la región? En absoluto, más allá de las arrogancia­s de Erdogan, el ruido iraní de siempre y algún tumulto callejero, no en vano la región está sumida en algo mucho más gordo que el conflicto palestino y es la guerra abierta entre suníes y chiíes, de ahí que incluso Arabia Saudita está muy callada.

Basta, pues, de aspaviento­s: Jerusalén es la capital de Israel desde que nació el Estado. La única diferencia es que, a partir de ahora, Estados Unidos (y algunos más) finalmente se ha enterado.

¿Quién es nadie para decirle a Israel que su capital no es su capital? ¿Lo permitiría Irán, Francia...?

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