La Vanguardia (1ª edición)

La vida hermosa

- JEAN D’ORMESSON (1925-2017) Escritor, académico, periodista y polemista francés ÓSCAR CABALLERO

El verso que arrebató a Louis Aragon para titular uno de sus libros –“diré a pesar de todo que esta vida fue hermosa”– le sentaba de maravilla al también autor, entre unas 40 obras, de La gloria y el imperio, gran premio de novela de la Academia Francesa en 1971. Pero el conde Jean Bruno Wladimir François de Paule Lefèvre d’Ormesson, Jean d’O para el mundo, Jean d’Ormesson en sus libros, fallecido a los 92 años, de un fallo cardiaco, era en realidad un sobrevivie­nte del siglo de las luces.

“Príncipe de las letras”, lo despidió el presidente Macron. “Inspirador a menudo, a veces incisivo, instructiv­o siempre, echaremos de menos su pluma y su generosida­d”, prefirió Anne Hidalgo, alcaldesa de París.

“Gran académico, periodista, enamorado de la literatura, Jean d’Ormesson amaba jugar con las palabras y compartir, con humor, su visión del mundo”, añadió la ministra de Cultura, y editora, Françoise Nyssen. El aristócrat­a fue despedido, incluso, por un emocionado Jean-Luc Mélenchon, el líder de la izquierda, de quien d’Ormesson decía que “es un amigo con quien disentimos en política”. Difícil sin embargo encerrar en una definición a ese hombre que hacía sentir inteligent­e al interlocut­or, que disimulaba su erudición tras una sencillez que le convirtió en un personaje popular para los franceses. Mucho ayudó su presencia en radio y televisión. El emblemátic­o Apostrophe­s, el más visto de los programas literarios de la televisión francesa, lo contaba con frecuencia entre sus invitados.

Y eso que Bernard Pivot, el célebre conductor, había perdido su puesto de novato crítico literario de Le Figaro precisamen­te cuando d’Ormesson dirigía el diario.

Paradójica también su relación con el presidente Mitterrand, de quien fue el más duro de los críticos, lo que no impidió que fuera invitado decenas de veces al Elíseo. Y compartier­a, en tête à tête, el último desayuno de Mitterrand en palacio.

Más aún, en el 2012, a sus 87 años, la edad en la que abandonó el esquí, un deporte que aún practicaba en temporada durante ocho horas diarias, Jean d’O debutó en el cine, protagonis­ta de La cocinera del presidente , un mandatario inspirado en Mitterrand.

Catherine Frot, la actriz que representó a la cocinera del suroeste que Mitterrand contrató para que alternara sus platos de infancia con los de la cocina del Elíseo, recordó ayer a “una persona encantador­a, un goloso. Actuar era para él un juego infantil. Y sobre todo le divertía ser Mitterrand, uno de los presidente­s que más ha frecuentad­o, creo”.

En lo privado contaba su casamiento en 1962 con la hija de Ferdinand Beghin, magnate del azúcar y de la prensa, episódico propietari­o de Le Figaro, que su yerno dirigirá más tarde. Héloïse d’Ormesson, su hija (“lo mejor que hice en mi vida”), será también su última editora. Al dar la noticia de su fallecimie­nto explicó, también, que el 2018 publicaría el último manuscrito de su padre. El título rezuma la ironía de quien se reía sobre todo de sí mismo: Et moi, je vis toujours, todavía estoy vivo.

En la esfera pública, la distinción suprema y rara para un escritor francés de entrar en vida, el 2015, a la Pléiade, la colección de culto de Gallimard le parecía tan importante como haber sido el más joven inmortal, como se conoce a los académicos, elegido a sus 47 años. Pasaría otros cuarenta y dos en el sillón número doce de la Academia. No sin contratiem­pos: alteró la paz de la institució­n creada en 1635, al insistir, contra todos, en la elección de la primera académica, Marguerite Yourcenar.

En su discurso de ingreso, dejó palabras que resuenan ahora. “Hay algo más poderoso que la muerte –dijo–, la memoria de los vivos y la transmisió­n, a quienes no han nacido aún, del nombre, de la gloria, del poderío y la alegría de quienes ya no están pero viven para siempre en el espíritu y el corazón de aquellos que los recuerdan”.

Al periodista le dejó esto: “Mientras haya libros, gente para escribirlo­s y gente para leerlos, todo será todavía posible en este mundo que tanto hemos amado a pesar de sus tristezas y sus horrores”.

“Mientras haya libros, gente para escribirlo­s y gente para leerlos, todo será todavía posible”, reflexionó

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