El músico insurrecto
Mikis Theodorakis recibió un homenaje el pasado mes de junio en el que mil voces cantaron sus piezas más famosas ante 50.000 espectadores en el estadio del Panathinaikos de Atenas. A sus 92 años, el músico aún dirigió un par de composiciones suyas, sentado en una silla de ruedas. En él confluyen las virtudes del artista contemporáneo comprometido con las causas de los más débiles. Perseguido y encarcelado a lo largo de su vida, ha servido a su país como diputado y ministro, sin dejar de alimentar una inmensa obra musical que abraza desde canciones de raíz popular hasta las más elaboradas sinfonías orquestales.
Nacido en 1925 en la isla de Quíos, frente a Turquia, de pequeño vivió una infancia itinerante debido a los destinos profesionales de su padre, funcionario del Ministerio del Interior. La pasión por la música fue prematura y a los doce años empezó a escribir sus primeras canciones. Empezó a estudiar música en Patras y Pyrgos. En Trípoli dio su primer concierto. Tenía diecisiete años.
Entonces los alemanes y los italianos ya habían ocupado Grecia. Al formar parte de la resistencia fue detenido por primera vez. Sufrió torturas e inició un largo periodo de persecuciones en los que incluso se llegó a prohibir la difusión de su música. En 1941 compuso El capitán Zacarías que se convirtió en un himno contra la invasión. Estudió armonía, contrapunto y fuga, además de dirección de orquesta, en el Conservatorio de Atenas donde se graduó en 1950.
Tras casarse con Myrto Altinoglou, en 1954 obtuvo una beca para estudiar en el Conservatorio de París. Allí perfeccionó conocimientos junto a un maestro de excepción, Olivier Messiaen. Theodorakis ya tenía varias obras en cartera y con una de ellas, la Suite n.º 1 para piano
y orquesta, ganó la medalla de oro en el Festival de Moscú, presidido por Dimitri Shostakóvich. Al cabo de poco Darius Milhaud le propuso como mejor compositor europeo en un certamen norteamericano.
Las adversidades por las que pasó su país se cruzaron con su tarea artística, primero la guerra civil que no se resolvió hasta 1949, y después la dictadura de los coroneles (19671974). Theodorakis compuso la mayoría de sus trabajos en prisión, como es el caso de su Primera Sinfonía. Su interés por la música folklórica y popular le abrió un nuevo horizonte creativo. En 1968 fue confinado junto a su mujer y sus hijos, Margarita y Yorgos, en un pueblo de montaña del Peloponeso. Después fue deportado en un campo de concentración. En 1970 pudo instalarse en París donde conoció a Pablo Neruda, hecho que más tarde originó la composición del conocido Canto General.
Theodorakis regresó a Grecia en 1974 y para alentar la unidad se mostró favorable a Konstantinos Karamanlis, ante el temor de un nuevo golpe de Estado. En 1990 incluso formó parte del gobierno de Konstantinos Mitsotakis como ministro sin cartera, para hacer frente a los anteriores escándalos del socialista Andreas Papandreu. En el 2011 unas declaraciones antisemitas causaron un fuerte revuelo, aunque él se refería especialmente al lobby judío norteamericano.
Ha compuesto bandas sonoras, entre las que se recuerda la de la película Zorba el griego, con su emblemático sirtaki, y la del filme Z de Costa Gavras. Además de música de cámara, sinfónica y ballets, ha escrito un sinfín de canciones, oratorios, música escénica y óperas. En muchas ocasiones se ha inspirado en los personajes griegos: Medea, Fedra, Las Troyanas, Electra, Antígona, Lisístrata, Ifigenia, Edipo, Orfeo, Eurídice… En 1992 compuso la música para la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Quizá la imagen que quede de Theodorakis sea la de un compositor de combate, pero sus principios artísticos son sólidos. Considera que la base de la música es la danza, el ritmo y la armonía, pero piensa que no hay nada que hacer sin inspirarse en la canción popular, porque la génesis está en la melodía, lo demás es tan sólo construcción. Él es el dios que le faltaba a la mitología.
En junio, a sus 92 años, el compositor aún dirigió un par de piezas suyas, sentado en una silla de ruedas