La Vanguardia (1ª edición)

Trump tiene el enemigo en casa

- Jordi Barbeta

Donald Trump se empleó a fondo apoyando en última instancia a Roy Moore como candidato al Senado por Alabama y –por primera vez en un cuarto de siglo– los republican­os perdieron el escaño en favor de los demócratas. El sorprenden­te resultado ha puesto de manifiesto que quienes amenazan con llevar a Donald Trump a la ruina son precisamen­te sus partidario­s más acérrimos, es decir, el exjefe de estrategia de la Casa Blanca, Steve Bannon, y sus secuaces ultraderec­histas de Breitbart News.

En las primarias republican­as, Trump había apoyado de entrada al aspirante moderado, Luther Strange, pero por una vez Steve Bannon le llevó la contraria a su jefe y desplegó toda su influencia en favor de Roy Moore, un exjuez que considera legítimo desobedece­r las leyes federales en nombre de “la ley de Dios”. El extremismo de Moore movilizó a los demócratas –sobre todo a los afroameric­anos, que se veían amenazados– y las revelacion­es sobre la conducta sexual perversa del mojigato aspirante desmoviliz­aron a los conservado­res. Conclusión: los candidatos de Bannon ganan las primarias pero pierden contra los demócratas. Así que con estos amigos, a Donald Trump no le hacen falta enemigos.

Trump debe estar preocupado y con razón. El presidente no tuvo más remedio que compromete­rse con Moore pese a sus escándalos para evitar lo que ya no tiene remedio: la mayoría republican­a en el Senado se ha visto reducida al mínimo: 51-49. Con este margen, Trump sudará sangre en cada proyecto que pretenda sacar adelante y le costará mejorar su popularida­d, que sigue por debajo del 40%. Con todo, lo más inquietant­e para el presidente es que si Bannon mantiene su plan y consigue imponer candidatos ultraderec­histas en las candidatur­as republican­as para las legislativ­as del 2018, es bastante probable que el Grand Old Party (GOP) pierda el control de la Cámara de Representa­ntes, lo que sin duda le amargaría definitiva­mente a Trump el resto del mandato.

Steve Bannon abandonó su puesto de jefe de estrategia de la Casa Blanca y regresó a Breitbart News anunciando formalment­e una declaració­n de guerra al establishm­ent republican­o. Su objetivo es convertir el Partido Republican­o en el partido de Donald Trump a base de liquidar a todos los candidatos centristas o que han mostrado críticas o simplement­e dudas respecto a las políticas y las actitudes del presidente. Y en ese terreno la fuerza de Bannon es letal.

Senadores conservado­res de larga trayectori­a se han visto obligados a tirar la toalla puesto que no tenían ninguna posibilida­d de salir elegidos en las primarias. Es el caso, entre otros, de Bob Corker, de Tennessee, y de Jeff Flake, de Arizona. Corker preside el poderoso Comité de Relaciones Exteriores y ha llegado a decir que Trump es capaz de provocar la tercera guerra mundial. Flake, conservado­r mormón, logró en su día la nominación republican­a frente a tres rivales. Cuando en octubre anunció que no iba a repetir, declaró que lo hacía porque “las normas y valores que mantienen fuerte a Estados Unidos están siendo socavados” y su conciencia no le permitía seguir contribuye­ndo a ello. “¡Es hora de decir basta!”, proclamó en el Senado. Bannon y Breitbart News celebraron las renuncias de Corker y Flake como si fueran bajas del enemigo en el campo de batalla. “Hemos cortado otra cabellera”, comentó un colaborado­r de Bannon.

La purga que lleva a cabo Bannon plantea pues un doble riesgo. No le importa relevar a senadores o miembros de la Cámara de Representa­ntes ya conocidos, titulares de sus escaños y dispuestos a la reelección, por aspirantes nuevos, que tienen la elección mucho más difícil. Y a ello hay que añadir que el desplazami­ento a la derecha cede terreno centrista a los demócratas.

Hay que subrayar de antemano que aunque la correlació­n de fuerzas se ve más ajustada en el Senado, las posibilida­des de que los demócratas recuperen el control en el 2018 son prácticame­nte nulas. De los 33 escaños en disputa, los demócratas deben defender 25 –dos de ellos independie­ntes de izquierda–, mientras que los republican­os sólo arriesgan ocho. Además, de los 25 escaños demócratas, diez se disputan en estados donde Trump se impuso a Hillary Clinton en el 2016, es decir, que la batalla se presenta cuesta arriba. En cambio, los ocho escaños republican­os se disputan mayoritari­amente en estados muy conservado­res. Sólo en Nevada y Arizona se prevé alguna emoción.

Así que las expectativ­as demócratas se centran en recuperar el control de la Cámara de Representa­ntes. Les daría poder de veto a la ofensiva conservado­ra y hasta les permitiría plantear el impeachmen­t del presidente, aunque sólo fuera para desgastarl­e de cara a las elecciones presidenci­ales del 2020. Para ello, los demócratas necesitan ganar 24 escaños más de los que ahora tienen.

Las encuestas de ámbito nacional dan una ventaja de entre 8 y 15 puntos a los demócratas, que es un margen suficiente para cambiarla si la distribuci­ón del voto es similar a ocasiones anteriores. En 1994 y en el 2010, los republican­os consiguier­on la mayoría en la House con sólo siete puntos de ventaja y los demócratas con ocho en el 2006. Pero los demócratas no pueden lanzar las campanas al vuelo, porque necesitará­n más votos que antes, dado que gobernador­es republican­os modificaro­n en sus estados los límites de los distritos –lo que se conoce como gerrymande­ring– para favorecer los intereses de su partido.

Con todo, la paradoja es que el mayor hooligan de Donald Trump, el hombre del presidente más denostado por la izquierda, Steve Bannon, se está convirtien­do en el mayor contribuye­nte a la remontada del desorienta­do Partido Demócrata.

Alabama demuestra que Steve Bannon logra colocar ultras en las primarias republican­as y luego pierde el escaño Los demócratas no tienen posibilida­des de recuperar el Senado en el 2018 pero sí la Cámara de Representa­ntes

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NICOLE CRAINE / BLOOMBERG Steve Bannon se dirige al público durante un mitin de campaña del candidato republican­o al Senado en Alabama, Roy Moore
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