La intriga del último día
Asistí, naturalmente como espectador, al debate electoral de La Sexta. Después de todo lo dicho en mítines, declaraciones y provocaciones, no se podían esperar grandiosas novedades, pero resultó extremadamente útil para dos cosas. La primera, saber cómo el independentismo construyó un relato cuyo prodigio consiste en inventar una fábula (me parece excesivo hablar de farsa) capaz de encandilar a cientos de miles de ciudadanos. Merece reconocimiento por su audacia y capacidad creativa. La segunda, para dar forma a una historia de suspense: ¿quién gobernará Catalunya? En otras elecciones se dice: “El que gane”. En estos comicios no está tan claro. Si gana Esquerra, Puigdemont invocará su legitimidad. Si gana Junts per Catalunya, no es seguro que dejen gobernar a Puigdemont. Si gana Ciutadans, no se ven ansias indescriptibles de hacer presidenta a Inés Arrimadas. Y resulta que el cuarto en los sondeos, Miquel Iceta, es quien se ve con más posibilidades. Lo que el debate dejó claro es que, si de esos siete aspirantes sale una pareja, o es un milagro o es una pareja de tres.
Con lo cual hoy termina la campaña con una necesidad agobiante de voto útil para evitar el caos, con calculadoras adelantadas en las mesas de los partidos y con miedo a que pasado mañana sólo sea la primera vuelta, porque habrá que repetir. Y en ese punto permítanme una reflexión que tengo ensayada desde la repetición de las últimas elecciones generales: ¿una segunda vuelta con los mismos partidos, los mismos candidatos y los mismos programas garantiza algún cambio de voto? No está demostrado. Recordemos que Mariano Rajoy siguió dependiendo de la necesidad de tumbar el no es no de Pedro Sánchez.
No es mal remate de la campaña electoral: más intriga y emoción no se puede pedir. Es para que no se quede en casa ni un votante, aunque tenga que acudir en ambulancia. Ahora bien: lo que faltaba para completar el panorama de incertidumbre en que vive Catalunya es no saber si gobernará quien gane las elecciones, ni si serán posibles pactos de gobernación. Es lo que faltaba también para prolongar la aplicación del artículo 155 quizá seis meses más, que es lo que duró la interinidad de Rajoy. Es lo que faltaba para desanimar a los inversores. Y es lo que faltaba para prolongar la inseguridad jurídica. Aunque, bien mirado, tengo otra duda: pensando en esa inseguridad, en el 155 o en los inversores, ¿qué es peor, una repetición de elecciones o una resurrección del proceso? Disculpen que este espectador no ofrezca una respuesta. Y no es por ser gallego, que sería razón suficiente. Es para no ser acusado de parcialidad.
¿Qué es peor, una repetición de elecciones o una resurrección del proceso?