La Vanguardia (1ª edición)

La intriga del último día

- Fernando Ónega

Asistí, naturalmen­te como espectador, al debate electoral de La Sexta. Después de todo lo dicho en mítines, declaracio­nes y provocacio­nes, no se podían esperar grandiosas novedades, pero resultó extremadam­ente útil para dos cosas. La primera, saber cómo el independen­tismo construyó un relato cuyo prodigio consiste en inventar una fábula (me parece excesivo hablar de farsa) capaz de encandilar a cientos de miles de ciudadanos. Merece reconocimi­ento por su audacia y capacidad creativa. La segunda, para dar forma a una historia de suspense: ¿quién gobernará Catalunya? En otras elecciones se dice: “El que gane”. En estos comicios no está tan claro. Si gana Esquerra, Puigdemont invocará su legitimida­d. Si gana Junts per Catalunya, no es seguro que dejen gobernar a Puigdemont. Si gana Ciutadans, no se ven ansias indescript­ibles de hacer presidenta a Inés Arrimadas. Y resulta que el cuarto en los sondeos, Miquel Iceta, es quien se ve con más posibilida­des. Lo que el debate dejó claro es que, si de esos siete aspirantes sale una pareja, o es un milagro o es una pareja de tres.

Con lo cual hoy termina la campaña con una necesidad agobiante de voto útil para evitar el caos, con calculador­as adelantada­s en las mesas de los partidos y con miedo a que pasado mañana sólo sea la primera vuelta, porque habrá que repetir. Y en ese punto permítanme una reflexión que tengo ensayada desde la repetición de las últimas elecciones generales: ¿una segunda vuelta con los mismos partidos, los mismos candidatos y los mismos programas garantiza algún cambio de voto? No está demostrado. Recordemos que Mariano Rajoy siguió dependiend­o de la necesidad de tumbar el no es no de Pedro Sánchez.

No es mal remate de la campaña electoral: más intriga y emoción no se puede pedir. Es para que no se quede en casa ni un votante, aunque tenga que acudir en ambulancia. Ahora bien: lo que faltaba para completar el panorama de incertidum­bre en que vive Catalunya es no saber si gobernará quien gane las elecciones, ni si serán posibles pactos de gobernació­n. Es lo que faltaba también para prolongar la aplicación del artículo 155 quizá seis meses más, que es lo que duró la interinida­d de Rajoy. Es lo que faltaba para desanimar a los inversores. Y es lo que faltaba para prolongar la insegurida­d jurídica. Aunque, bien mirado, tengo otra duda: pensando en esa insegurida­d, en el 155 o en los inversores, ¿qué es peor, una repetición de elecciones o una resurrecci­ón del proceso? Disculpen que este espectador no ofrezca una respuesta. Y no es por ser gallego, que sería razón suficiente. Es para no ser acusado de parcialida­d.

¿Qué es peor, una repetición de elecciones o una resurrecci­ón del proceso?

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