La Vanguardia (1ª edición)

El espíritu de Babe Ruth

El New York City FC juega en el Yankee Stadium, uno de los escenarios más icónicos del mundo del deporte. Pero no se siente a gusto

- Rafael Ramos

Uno se sube a la línea B o D del subway, y se baja en la estación de la calle 161 del Bronx. El número 1 no es ningún gran rascacielo­s de pisos y oficinas, no es el edificio Dakota donde vivía John Lennon, ni la catedral de San Patricio. Pero es otra catedral, el templo que construyó Babe Ruth, el escenario de las hazañas de Joe di Maggio, Lou Gehrig, Mickey Mantle, Yogi Berra y otras leyendas del béisbol. Es el espíritu mismo de Nueva York y los Estados Unidos de América. Es el Yankee Stadium.

El Yankee Stadium ha sido invadido sin embargo por el soccer, y ya no representa tan sólo esa América nostálgica de las postales de Norman Rockwell, el pastel de manzana, las cheerleade­rs, los grandes almacenes Macy’s y las carrozas desfilando por la Madison Avenue la mañana del Día de Acción de Gracias. Es también la casa del NYCFC (New York City Football Club), propiedad del Manchester City y sus señores de Abu Dhabi, y símbolo por tanto de los grandes intereses corporativ­os multinacio­nales en un mundo globalizad­o. Y de la cultura europea y latinoamer­icana.

Nadie está contento con que el NYCFC sea el inquilino del Yankee Stadium. Ni los seguidores del fútbol, por icónico que sea el escenario, ni el equipo de béisbol, socio minoritari­o y propietari­o de un veinte por ciento de las acciones del club de soccer. Los primeros, porque el campo tiene las dimensione­s más pequeñas de toda la liga y el mínimo autorizado por la FIFA (100 metros de largo por 64 de ancho), el terreno de juego se encuentra en un ángulo extraño respecto a las gradas, y el equipo es expulsado y tiene que disputar algunos partidos en Conneti- cut, a un par de horas o tres de distancia, cuando coinciden con los de su hermano mayor, que tiene prioridad. Y los segundos, porque les deja el césped hecho polvo (aunque no tanto, por cierto, como los conciertos pop que alberga por razones comerciale­s).

La configurac­ión del béisbol hace sus estadios difícilmen­te compatible­s con los de otros deportes, como bien saben los seguidores de los Oakland Raiders y Athletics, que han compartido durante mucho tiempo el Coliseo del Condado de Alameda, en el norte de California, hasta que los primeros se han cansado y hecho las maletas rumbo a Las Vegas. En el Yankee Stadium, entre quince y veinte veces a lo largo de la temporada ha de cubrirse la pequeña elevación desde la que el pitcher lanza la pelota, y la franja de tierra delante de la primera, segunda y tercera base, un proceso que lleva por lo menos dos días y medio.

Las diminutas dimensione­s del Yankee Stadium son lo menos propicio al fútbol elegante, ofensivo y de toque que quiere practicar Patrick Vieira, el técnico del NYCFC, y para las habilidade­s de David Villa, Yangel Herrera y otras estrellas del equipo. Las defensas rivales se cierran, y con frecuencia no hay manera de abrir la lata. Aún así, un promedio de casi treinta mil aficionado­s acuden a los encuentros, y la mitad de ellos tienen abonos.

El New York City fue fundado hace tan sólo dos años como segundo equipo neoyorquin­o, para fomentar una rivalidad con los Red Bulls en el mercado televisivo más importante del país, y desde su mismo nacimiento busca en vano tener un hogar propio. El alcalde demócrata de la ciudad, Bill de Blasio, es sin embargo poco propicio a financiar con cientos de millones de dinero público la obra para la construcci­ón de un nuevo estadio, máximo cuando los jeques de Abu Dabi que son sus socios mayoritari­os (y dueños del City) andan sobrados de pasta.

Los Red Bulls, mientras tanto, tienen un estadio propiament­e de fútbol, con un techo transparen­te, en Harrison (New Jersey), unos diez kilómetros al este de Manhattan, lo cual hace que para los más puristas no se trate de un equipo neoyorquin­o propiament­e dicho. Los choques entre ambos han sido bautizados como el derbi del río Hudson, y aunque ha habido escaramuza­s entre las respectiva­s barras bravas, se trata por el momento de una rivalidad artificial que tardará tiempo en cuajar. Aunque goleadas como el 0-7 que encajó el año pasado el NYCFC en casa contribuye­n a fomentar la enemistad...

Por los equipos de soccer de Nueva York han pasado en las postrimerí­as de sus carreras Frank Lampard, Thierry Henry, Andrea Pirlo, Rafael Márquez o Lothar Matthäus, pero ninguno de ellos se ha convertido en un héroe de culto. Aunque las estrellas del fútbol se apoderen ocasionalm­ente de los vestuarios del Yankee Stadium, los fantasmas de Babe Ruth y Joe di Maggio pueden estar tranquilos. Nadie les va a hacer sombra.

La liga quiere fomentar la rivalidad entre el NYCFC y los Red Bulls en su mayor mercado televisivo

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IRA L. BLACK - CORBIS / GETTY Con 36 años, David Villa es una de las estrellas del New York City FC
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