De rayos y bombas que repiten

UN rayo no cae nunca en el mismo lugar dos veces y una bomba no cae nunca en el mismo lugar de nuevo. Eso canta Andrés Calamaro, sin saber que la realidad se ha vuelto caprichosa y los días juegan a los dados sin preguntar. Las elecciones catalanas no han transformado el mapa, o no lo han cambiado lo suficiente, así que todo sigue más o menos igual de acuerdo con el porcentaje entre bloques. El independentismo mantiene su 47%, largo, que no basta para cambiar el rumbo al país, pero resulta suficiente para repetir en el gobierno. Y Carles Puigdemont hace un discurso demasiado parecido al de Artur Mas hace dos años para pensar que esta vez Catalunya saldrá mejor parada de esta nueva apuesta. En este contexto es impensable la reunión entre Puigdemont y Rajoy que el expresident ha pedido desde Bruselas –hace un año que no se sientan a hablar alrededor de una mesa–, pero deberían ponerse las bases para que la tensión no domine la escena política y los enfrentamientos no estén a la orden del día. Nos lo merecemos los ciudadanos de Catalunya, que desearíamos un periodo de estabilidad política para corregir los efectos negativos en la economía y en la sociedad de la DUI.

La tentación del Gobierno de España podría ser cronificar el conflicto, encapsulándolo como algo que no tiene solución, pero con lo que deberá convivir en los próximos años. Eso nos conduciría a una tensión constante, más o menos controlada, que acabaría por conseguir que Catalunya y el resto de España vivieran de espaldas, con un elevado desgaste emocional. Sin duda, sería preferible abordar la cuestión con generosidad institucional, altura de miras y audacia política. En Catalunya hay dos millones de personas que se declaran independentistas, dispuestas a resistir contra viento y marea, a las que no se puede ignorar sin más. La realidad es así de terca. Habría que hacer, pues, un esfuerzo para no hacernos daño. E incluso para entendernos.