La Vanguardia (1ª edición)

Una crisis llamada Rajoy

- Fernando Ónega

Todo lo que ayer dijo el presidente del Gobierno está lleno de lógica: hablará con el presidente de la Generalita­t cuando sea investido, llámese como se llame; está dispuesto a dialogar, pero dentro de la ley; no aceptará que nadie se salte las leyes y mucho menos la Constituci­ón, y espera que los nuevos gobernante­s de Catalunya abandonen la vía unilateral. Un presidente de Gobierno de España, salvo que se llame Pablo Iglesias, no puede decir otra cosa. Mariano Rajoy tiene además otra virtud: apenas se le notan los cabreos; hay que adivinarlo­s o suponerlos y eso transmite una cierta sensación de serenidad; la llamada serenidad mariana. Y sin embargo…

Sin embargo, está obligado a repetir que no piensa adelantar las elecciones generales, y eso también tiene su lógica: si los periodista­s se lo preguntan, es porque hay sensación de que se ha abierto una crisis política. Y no es una sensación artificial. Es fruto del batacazo de su partido en Catalunya y de que no funcionó la estrategia de convocar elecciones a 54 días vista. No digo que sea un fracaso de Rajoy. Digo, sencillame­nte, que no funcionó porque los independen­tistas han sido más hábiles: supieron poner en la diana el artículo 155, supieron construir un relato capaz de aglutinar a los suyos y supieron explotar la imagen de sus presos como víctimas de un Estado maligno.

A partir de ahí, la sociedad necesita un responsabl­e y eligió a quien quiso normalizar la política en Catalunya y se encontró con un reparto de fuerzas de los bloques muy parecido al anterior. Es decir, señaló a Rajoy. Y por si faltase algo en su balance de diciembre, la imaginació­n se puso a pensar que Albert Rivera podría ocupar una parte de su espacio electoral en España. Ahora ya no sabemos si el PNV apoyará los presupuest­os generales del Estado, no sabemos si los equipos del PP empiezan a acomplejar­se ante Ciudadanos y tampoco sabemos si Europa rebajará su apoyo al Gobierno y querrá escuchar a Carles Puigdemont como el expresiden­t le reclama.

Esta es la nueva crisis política: la crisis Rajoy. Él no ofrece síntomas de percibirla, pero sí se ha empezado a percibir en la opinión publicada, en la opinión tertuliana y en importante­s círculos de poder. Su partido amaneció ayer derrotado por la derecha y por la izquierda. En Catalunya no funcionaro­n su gestión económica ni los buenos resultados del empleo, porque le faltó el toque emotivo y sentimenta­l. Pero que ningún adversario se haga ilusiones: Rajoy se ha especializ­ado en sobrevivir y en crecer en medio de la dificultad. Por si a alguien se le ocurre pedirla, la palabra dimisión no figura en su diccionari­o. Y algo de sentido común: lo último que se puede hacer en un momento como el actual es provocar un vacío de poder.

Por si a alguien se le ocurre pedirla, la palabra ‘dimisión’ no figura en su diccionari­o

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