Podemos teme un periodo de sesgo reaccionario en la política española
Podemos no reunió ayer a su ejecutiva y ningún cargo de la dirección apareció en público para valorar los resultados de Catalunya. No habiendo posibilidad de pactos sobre la mesa, el análisis de los órganos de dirección se deja para más adelante. El impacto del mal resultado, no obstante, fue menor por dos razones: porque contaban con él desde la misma convocatoria electoral, toda vez la alta temperatura identitaria de la confrontación (ni una sola encuesta les permitió ser optimistas en los quince días de campaña), y porque la holgada mayoría absoluta del los partidarios de la independencia, al cabo, aparta de ellos el cáliz del cortejo del unionismo monárquico o del independentismo.
La dirección admite que los humores desatados por estos cuatro meses de pulso entre el independentismo y los poderes del Estado han propiciado un escenario de ciclo reaccionario que permitirá al Gobierno tratar de mantener tensionada a la opinión pública e intentar amortiguar así los efectos del vía crucis judicial de la corrupción y la fragilidad de una recuperación económica, que ha ensanchado las fuertes desigualdades que impiden la convergencia material de España con la UE. Todo ello mientras se inaugura una grave disputa por la hegemonía de la derecha en España, entre el PP de Rajoy y un Albert Rivera estimulado por el éxito de Inés Arrimadas y el patrocinio ideológico de la FAES de José María Aznar. Esa competición por el cetro conservador auspiciará un giro de la agenda política española a la derecha, barruntan.
Por lo que respecta a Catalunya, en Podemos apenas disimulan el alivio de no verse obligados a ser árbitros de un eventual desempate entre unos abanderados y otros, y ven como escenario más probable una Generalitat cuyo independentismo mutará –a la fuerza ahorcan– en un autonomismo pragmático, al menos en primer término. Aunque nadie cuestiona la figura de Xavier Domènech, se pertrechan ante la posibilidad de que los débiles resultados de la coalición en Barcelona lleve al independentismo a tratar de apartar a Ada Colau de la alcaldía, por lo que, desde el punto de vista de la estrategia, mantienen su enfoque actual, con el 2019 como año clave de consolidación y progreso.
De momento no hay voces discrepantes respecto a la posición mantenida en el conflicto catalán, y la dirección cree que, si bien no ha tenido rédito en el corto plazo, no representa un problema a medio o largo plazo siempre que no genere divisiones internas.