La Vanguardia (1ª edición)

El círculo vicioso

- Susana Quadrado

Aveces este artículo sale a presión como por la grieta de una tubería reventada. Hoy es uno de esos días. A la hora en que escribo, a media tarde del viernes 22 de diciembre, la noticia de la jornada es que Puigdemont, desde Bruselas, ha pedido una reunión (que sabe imposible) a Rajoy, quien, desde Madrid, le ha respondido con lo que era esperable: que nanai de la China, que si va a entrevista­rse con alguien será con Arrimadas. ¿Les suena?

Esta periodista se pone de mal café, se revuelve en su silla, aprieta los dientes y luego empieza a maldecir en arameo algo parecido al “cagu’m en coi”. Otra vez lo mismo, ya estamos otra vez sobre el viejo campo de batalla que apesta a tierra quemada. Es una metáfora, ya me entienden. Intuimos qué vendrá después de ese carrusel de escenas déjà-vu, y la verdad es que no sólo da una terrible pereza regresar allí sino que no nos gusta en absoluto. Deberían advertirno­s antes de que determinad­as imágenes o palabras pueden herir la sensibilid­ad de algunas personas y así evitarían que nos diera un repentino jamacuco.

Seguimos bien hartos de políticos más pendientes del relato que de la realidad, y la realidad es blanca y en botella. Por un lado, ni siquiera se sabe qué pasará con los tres (futuros) diputados encarcelad­os y los cinco huidos a Bélgica, sin cuyos votos el independen­tismo pierde la mayoría. Por otro lado, pende sobre Catalunya el temor de que el Ejecutivo de Rajoy vuelva a cometer errores de gestión debido al desconocim­iento del nivel de profundida­d y compromiso de gente común con la ensoñación independen­tista.

Lo que parece claro es que existe un gran número de ciudadanos de a pie que no quieren más profecías onanistas ni reyertas cuartelari­as. Hay quienes están hasta el gorro de que la política pierda la perspectiv­a con las hipérboles, que se piense con las vísceras y no con la cabeza, que se trate a la sociedad como una masa ideológica indefinida a la que se quiere neutraliza­r imponiéndo­le una identidad, que se aplacen las cuestiones sociales que sí son importante­s, o que no haya más prioridad que el conflicto ni otro interés que la confrontac­ión.

Todo me lleva a pensar que los catalanes –al modo pujoliano del qui viu i treballa a

Catalunya– se encaminan hacia una mera repetición agónica de lo preexisten­te. Será por el resacón informativ­o de la noche electoral, pero servidora vuelve a estar en modo pesimista. La repetición conduce a un lugar común. Y no hay nada más estéril que los lugares comunes.

Escribo para mí, decía antes, y para el lector, y tecleo que estoy agotada mentalment­e de tanta política en bucle. Han sido tres meses agotadores y el cuerpo no da para más. Imagine usted que tuviéramos una televisión con cien canales pero que en todos dieran lo mismo, día y noche. La cosa sería un poco enloqueced­ora, ¿no? Pues así es tal y como parece que hemos salido del 21-D. Si hay algo desquician­te en esta vida es la repetición, el círculo vicioso. Metidos ahí, sólo cabe una conclusión: estas elecciones no han servido para nada.

Agotados mentalment­e de tanta política en bucle, el temor ahora es que vayamos hacia una repetición agónica

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