El círculo vicioso
Aveces este artículo sale a presión como por la grieta de una tubería reventada. Hoy es uno de esos días. A la hora en que escribo, a media tarde del viernes 22 de diciembre, la noticia de la jornada es que Puigdemont, desde Bruselas, ha pedido una reunión (que sabe imposible) a Rajoy, quien, desde Madrid, le ha respondido con lo que era esperable: que nanai de la China, que si va a entrevistarse con alguien será con Arrimadas. ¿Les suena?
Esta periodista se pone de mal café, se revuelve en su silla, aprieta los dientes y luego empieza a maldecir en arameo algo parecido al “cagu’m en coi”. Otra vez lo mismo, ya estamos otra vez sobre el viejo campo de batalla que apesta a tierra quemada. Es una metáfora, ya me entienden. Intuimos qué vendrá después de ese carrusel de escenas déjà-vu, y la verdad es que no sólo da una terrible pereza regresar allí sino que no nos gusta en absoluto. Deberían advertirnos antes de que determinadas imágenes o palabras pueden herir la sensibilidad de algunas personas y así evitarían que nos diera un repentino jamacuco.
Seguimos bien hartos de políticos más pendientes del relato que de la realidad, y la realidad es blanca y en botella. Por un lado, ni siquiera se sabe qué pasará con los tres (futuros) diputados encarcelados y los cinco huidos a Bélgica, sin cuyos votos el independentismo pierde la mayoría. Por otro lado, pende sobre Catalunya el temor de que el Ejecutivo de Rajoy vuelva a cometer errores de gestión debido al desconocimiento del nivel de profundidad y compromiso de gente común con la ensoñación independentista.
Lo que parece claro es que existe un gran número de ciudadanos de a pie que no quieren más profecías onanistas ni reyertas cuartelarias. Hay quienes están hasta el gorro de que la política pierda la perspectiva con las hipérboles, que se piense con las vísceras y no con la cabeza, que se trate a la sociedad como una masa ideológica indefinida a la que se quiere neutralizar imponiéndole una identidad, que se aplacen las cuestiones sociales que sí son importantes, o que no haya más prioridad que el conflicto ni otro interés que la confrontación.
Todo me lleva a pensar que los catalanes –al modo pujoliano del qui viu i treballa a
Catalunya– se encaminan hacia una mera repetición agónica de lo preexistente. Será por el resacón informativo de la noche electoral, pero servidora vuelve a estar en modo pesimista. La repetición conduce a un lugar común. Y no hay nada más estéril que los lugares comunes.
Escribo para mí, decía antes, y para el lector, y tecleo que estoy agotada mentalmente de tanta política en bucle. Han sido tres meses agotadores y el cuerpo no da para más. Imagine usted que tuviéramos una televisión con cien canales pero que en todos dieran lo mismo, día y noche. La cosa sería un poco enloquecedora, ¿no? Pues así es tal y como parece que hemos salido del 21-D. Si hay algo desquiciante en esta vida es la repetición, el círculo vicioso. Metidos ahí, sólo cabe una conclusión: estas elecciones no han servido para nada.
Agotados mentalmente de tanta política en bucle, el temor ahora es que vayamos hacia una repetición agónica