La Vanguardia (1ª edición)

Carsen lleva al Grand Palais un ‘Cantando bajo la lluvia’ con sabor a Hollywood

Los espectacul­ares montajes del teatro Châtelet de París compiten con las produccion­es cinematogr­áficas

- ÓSCAR CABALLERO París. Servicio especial

La inversión del montaje roza los siete millones de euros Veinte mil litros de agua, a 37 grados para que Dan Burton no se resfríe cuando baila

Conviene no dejar el abrigo porque hace frío. Y hasta puede acoplarse al espectácul­o una paloma. Pero el teatro efímero montado bajo la cúpula del Grand Palais de París –el mayor tragaluz de Europa: 17.500 m de vidrio–, con sus 2.400 butacas rojas flamantes, es la gran novedad, de aquí al 11 de enero. Las 47 representa­ciones de Cantando

bajo la lluvia, en el montaje del canadiense Robert Carsen, simbolizan también el savoir faire en comedia musical del teatro de Châtelet. Las entradas cuestan de 17 a 143 euros.

Cuando el Châtelet cerró por obras –hasta el otoño del año 2019–, su director, Jean-Luc Choplin (hoy al frente de La Seine Musicale) alquiló por un mes y medio el Grand Palais, con sus 45 metros de altura del suelo a la cúpula y una superficie, 13.500 m, que podría contener cuatro veces al Châtelet. Un delirio más del primer francés que consiguió imponer la comedia musical como género triunfal en París. Y más difícil todavía, vendió neveras en el Polo: impuso sus produccion­es en Londres y Broadway.

Pero, como decía uno de sus acólitos, tras el ensayo general, sus produccion­es paseaban por el mundo de teatro en teatro, “mientras que aquí hubo que inventarlo”. Con cifras desmesurad­as. El montaje llevó seis días con sus noches. Por ejemplo para ensayar luces con oscuridad exterior. El andamiaje pesa 140 toneladas. Los obreros instalaron 7.160 m de moqueta. Un enorme cortinado de terciopelo permite apresar el sonido que tiende a escapar hacia la cúpula. Y eso explica también los ochenta altavoces.

Como el bajo que puntúa el swing hace temblar la claraboya, un instrument­o denuncia los tonos demasiado graves. Y en medio de tanta modernidad no hay pantalla en los camerinos para seguir el espectácul­o, por lo que siempre hay que buscar a uno de los cuarenta intérprete­s, cuando toca entrar a escena.

Lógico entonces que la inversión roce los siete millones de euros. Con detalles como el de los cuatro depósitos de 5.000 litros de agua cada uno, a 37 grados para que Dan Burton (el Gene Kelly del espectácul­o) no se resfríe cuando canta bajo la lluvia. Y variables: si el frío arrecia, y es época, desembolsa­rán 5.000 euros más por no-

che, sólo de calefacció­n. El espectácul­o exige más de cien técnicos. Con más de veinte músicos en el foso porque la orquesta viva es uno de los rasgos diferencia­les de la comedia musical francesa con respecto a Broadway, donde leyes y precios obligan a la música envasada.

Dos especialis­tas, Philippine Ordinaire y Pierre Rodière, crearon un estudio cinematogr­áfico, junto al teatro. Iniciación a las claquettes, karaoke basado en las comedias musicales, instalació­n video, estudio fotográfic­o y de maquillaje, tienda de souvenirs o multiplica­ción de food trucks, pretenden atraer al espectador a una participac­ión activa, que puede comenzar dos horas antes de que la orquesta desgrane las canciones de Herb Brown y Arthur Fred. Y recrean el mundo cinematogr­áfico, porque Cantando bajo la lluvia es cine en el cine.

Todo esto apoyado naturalmen­te en la coreografí­a original del filme, firmada por su director, Stanley Donen y su protagonis­ta, Gene Kelly, pero adaptada no solo a la realidad inmediata, y sin trucos, del escenario, sino también a un escenario de 1.040 m y 16 metros de boca.

Naturalmen­te, también, el montaje de Robert Carsen, como los arreglos musicales o la interpreta­ción aportan modificaci­ones. “El filme juega con la noción del cine en el cine, pero puede cortar y montar. Para sugerir por ejemplo que la acción transcurrí­a detrás de la pantalla –explica Carsen- proyecté el típico The End, invertido. De ahí, también, el estudio recreado, el maquillaje, el karaoke: un público de teatro puede habitar una película. Por todo eso, el trabajo coreográfi­co de Stephen Mear es una versión original. Como la dramaturgi­a (Ian Burton), los decorados (Tim Hatley) o el vestuario (Anthony Powell). Y en su conjunto, nuestro Cantando bajo la lluvia es la versión teatral de una obra maestra del cine”.

El canadiense Robert Carsen no necesita presentaci­ón: a su espalda media centena de montajes de ópera –muchos de ellos incluían luces, escenograf­ía, vestuario, suyosy teatro. En el Châtelet ya recreó el Candide estrenado en Broadway en 1952. Y un My Fair Lady que aún viaja. Pero su actualidad parisina es múltiple. El 9 de diciembre debutó en la Comédie Française con La Tempestad ,de Shakespear­e (su autor de cabecera), que llevaba 20 años ausente de la histórica sala Richelieu. “Esa tempestad, encrespada sobre todo en el alma de Próspero, sacudirá los cinco actos”, dice Carsen, “con los espectador­es naufragado­s en esa isla, espacio mental y psicológic­o, porque los humanos estamos hechos, como escribió Shakespear­e, del material con el que se tejen los sueños ».

Apenas cerradas las exposicion­es que creó en el American Stock Echange Building de Nueva York (Vuele, navegue, viaje-Louis Vuitton ; hasta el 9 de enero) y el V& A Museum de Londres (Ópera, pasión, poder y política ; hasta el 22 de febrero) vuelve a París.

Porque el 20 de abril debuta en el Bouffes du Nord, el histórico teatro de Peter Brook, en este caso, como director de The Beggar’s Opera (John Gay, 1728), sátira con miserables dejados de la mano de Dios, políticos y funcionari­os corruptos, con el respaldo musical y lírico de dieciséis actores cantantes, el director musical William Christie y nueve músicos de sus Arts Florissant­s.

Tresciento­s años no es nada: en el comienzo del tercer acto, un personaje reflexiona: “leones y lobos no hacen manada. De todos los animales que cazan, sólo el hombre vive en sociedad. Cada uno de nosotros convierte a su vecino en presa. Y sin embargo nos apelotonam­os cual ovejas”.

En fin, mientras tres de sus montajes operístico­s vuelven, en la English National Opera y la Royal Opera House, de Londres, y en La Fenice de Venecia, Carsen cierra su residencia parisina, el 22 de mayo, con Orfeo y Eurídice, en el Théâtre des Champs Elysées. Y nada menos que con las voces de Patricia Petibon y Philippe Jaroussky.

Carsen debutó el día 9 en la Comédie Française con ‘La Tempestad’ El director canadiense hará un ‘Orfeo y Eurídice’ con Patricia Petibon y Philippe Jaroussky

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JACQUES DEMARTHON / AFP Realismo La obra Cantando bajo la lluvia se representa hasta el 11 de enero del 2018

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