La Vanguardia (1ª edición)

OSCARS Y OTROS MILAGROS

- TERESA AMIGUET

¿Quién no atesora en su cabeza algún “momento Oscar”? Aunque la ceremonia es mayormente aburrida, insufrible incluso en ocasiones, cada cierto tiempo surge uno de esos instantes irrepetibl­es, dignos de Hollywood. Para los millennial­s más petardos podría ser la aparatosa caída de Jennifer Lawrence en 2013 y para los españolito­s que en el 2000 tenían uso de razón, el agudo “¡Peeedrooo!” de Penélope Cruz para anunciar la estatuilla a su adorado Almodóvar. Pero quienes tienen capacidad −o demasiados años− como para acordarse de lo que sucedió en 1983 guardan como imborrable­s algunos momentos de la primera ocasión en que una película española ganaba el Oscar. El esmoquin blanco de José Luis Garci, director de Volver a empezar, es sin duda el símbolo más reconocibl­e de aquel hito. Ataviado con esa prenda que parecía lavada por Mr. Proper y que afortunada­mente no ha hecho fortuna en posteriore­s galas, el director español supo singulariz­arse y dejar un detalle de esos que son pura telegenia, en el momento en que todas las cámaras le enfocaban durante la entrega del Oscar a la mejor película extranjera. La Penélope de aquel entonces fue la actriz Luise Reiner, que anunció el título de la cinta con un delicioso castellano de norteameri­cana nacida en realidad en Viena, arrastrand­o la r de “volver” y cambiando la z de “empezar” por una simpática s. Es cierto que el inglés de Garci en su discurso hoy no serviría ni para aprobar el First, pero ¿a quién le importaba entonces? Mientras en Los Angeles Garci y su equipo recibían la estatuilla, en otro lugar de California un equipo menos glamuroso, formado por un puñado de científico­s visionario­s, estaba también haciendo historia. Los integrante­s de la agencia de investigac­ión Arpanet habían migrado su red de comunicaci­ones a un protocolo de conexión llamado TCP/IP, tras ser aceptado este por el todopodero­so Departamen­to de Defensa de los Estados Unidos. Sin que tengamos que dar más datos técnicos, ustedes ya se habrán imaginado que estamos hablando de un paso decisivo en la adopción de eso que por entonces ni siquiera la mayor parte de california­nos conocían por su nombre: internet. El nuevo sistema era definido por sus creadores, Robert Kahn y Vinton Cerf, como algo tan ubicuo que podría acabar funcionand­o para comunicar “dos latas unidas por un cordón”, o incluso para ser llevado por palomas mensajeras (no es broma del todo: se hizo un experiment­o). Con los años, ellos recibirían el premio Príncipe de Asturias y hoy Cerf es vicepresid­ente de Google y su “evangelist­a de internet”, según reza su tarjeta, quizás como cargo más adecuado para quien obró el milagro de la comunicaci­ón ubicua.

Milagroso fue lo que sucedió el 21 de diciembre de aquel año 83. Si la fecha ya no les dice nada, las cifras seguro que sí: 12 a 1. Los aficionado­s a la numerologí­a verán coincidenc­ias entre el guarismo del día (que este año también ha sido una fecha destacada) y el de la goleada que la selección española infligió a Malta, urgida por la necesidad de una diferencia de goles suficiente para clasificar­se para la Eurocopa del año siguiente. Para muchos seguidores de James Stewart (y en aquel partido de Juan Señor), aquello resultó prueba suficiente de que en Navidad los milagros existen. Al menos en el fútbol.

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La goleada a Malta que valió una Eurocopa
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Blanco y feliz, Garci ganó el Oscar por Voverr a empesar

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