Don Jorge y el acetábulo
La alcaldesa Ada Colau, ausente y el primer teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, recibiendo con jersey y vaqueros, como si estuviera en su casa. Creo que el Saló de Cent es demasiado salón para tan poca alcaldesa. Y me atrevo a decir que no debería ser utilizado hasta que no tengamos otro equipo municipal y, desde luego, una alcaldesa o un alcalde a los que interese más la cultura, los libros, que determinados programas de televisión. O sea, que el lunes fue un día gris, oscuro y frío. Un día londinense con ese olor excesivo que siempre procura el curry. Un día adecuado para hablar de emociones, eso tan poco intelectual y que fue, entre otras cosas, de lo que se ocupó hace unos días Kazuo Ishiguro al recibir el premio Nobel de Literatura.
Fue, pues, el lunes cuando estuve en el Saló de Cent, donde el Gremi d’Editors de Catalunya, presidido por Patrici Tixis, premió a varias editoriales y le otorgó el premio Atlántida a Jorge Herralde, editor que en España publica a Ishiguro y que solía decir que solo bailaba cuando estaba en México, en la tierra de Adelita, de la Llorona y del siempre añorado Carlos Monsiváis. Herralde fue jinete en su juventud, que entonces era deporte de ricos. Y, como buen hijo de la burguesía barcelonesa, se empeñó hace ya muchos años en que debíamos leer y rezar al chino Mao Zedong. Un castigo que yo creo que no se puede perdonar. Pero todo eso ocurrió hace ya muchos años, cuando también leía a Antonio Gramsci, autor al que Pisarello, el del jersey, le gusta mucho citar. A Herralde, que es un libro rodeado de libros, le sienta mejor Sóller que Cadaqués. Sobre todo desde que el pueblo ampurdanés es víctima de paellas políticas feroces y de propagandistas cínicamente alborotadas.
Este hombre, que el lunes entró en el Saló de Cent sin bastón, porque, pese a las circunstancias, sigue siendo coqueto, nos ha descubierto a buenos autores y también nos ha endilgado algún peñazo, dicho sea con todos los respetos. A mí siempre me ha caído bien. Mayormente porque ha sido capaz de inventarse unos cuantos escritores, españoles y latinoamericanos, que aún no saben que son un invento suyo. También le admiro porque ha sabido pastorear con poco esfuerzo y mucha inteligencia a ciertos periodistas culturales inseguros de sus lecturas. Es decir, que en vez de atreverse a escribir qué libros o novelas les gusta leer, siempre dicen que solo leen a los autores que publica Anagrama.
Hasta hace poco, Herralde se parecía a un masón de aquellos que lucían levita, practicaban la conspiración y fomentaban la revuelta. Luego, lo vi como uno de esos soberbios actores secundarios que eran la debilidad del director John Ford y que hacían creíbles sus películas. Ahora, desde que se rompió el acetábulo y aunque ya está felizmente recuperado, lo veo como un marista. En el Vaticano, a los miembros de esa congregación religiosa, se les reconoce que saben organizar campeonatos de fútbol.
Temido, halagado, irónico y desconfiado, Herralde dice que su juventud fue muy tormentosa y llena de excesos, pero parece que nunca se ha atrevido a despeinarse. Ha adelgazado, pero su mirada sigue siendo golosa y en la misma se adivinan algunas maldades pendientes, que forman parte de su encanto personal.
Enhorabuena, don Jorge.
jorge herralde Temido, halagado, irónico... Herralde dice que su juventud fue muy tormentosa