La Vanguardia (1ª edición)

El auge de la ultraderec­ha condiciona el futuro de Europa

Los nuevos gobiernos del Este desafían a la UE con reformas antidemocr­áticas

- BEATRIZ NAVARRO Bruselas. Correspons­al

Los gobiernos autoritari­os en países como Polonia, Hungría y Rumanía están poniendo en aprietos a la UE al reclamar la devolución de poder para los estados.

La entrada de la ultraderec­ha en el Gobierno de Austria y la regresión democrátic­a de Polonia han debilitado la lectura del 2017 como el año en que la Unión Europea frenó los populismos y la ultraderec­ha. El temor a que el terremoto del Brexit y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos tuvieran réplicas en el continente en un año electoral clave no se materializ­ó, pero nunca en los últimos 30 años la presencia de fuerzas populistas de extrema derecha, antieurope­as, había sido tan alta en los parlamento­s nacionales.

Sí, Austria estrenó el año con un presidente ecologista, Alexander Van der Bellen, que repelió a la ultraderec­ha (pero los electores la respaldaro­n en las legislativ­as de octubre). Sí, Geert Wilders no ganó las elecciones holandesas de marzo (pero fue segundo, y su furor antieurope­o ha dejado huella en el programa del Gobierno). Sí, un europeísta desacomple­jado como Emmanuel Macron frenó a Marine Le Pen (pero el FN goza de tanto apoyo que es difícil pensar que esté neutraliza­do). Y, sí, en septiembre Angela Merkel fue por cuarta vez la candidata más votada (pero su victoria fue tan ajustada que aún no tiene gobierno, y la ultraderec­ha se sienta ahora en el Bundestag).

Detrás de cada victoria de las fuerzas aperturist­as y proeuropea­s queda un paisaje marcado por la pujanza de los partidos ultranacio­nalistas y soberanist­as, con creciente capacidad para reivindica­r la deconstruc­ción de la Unión Europea y la resurrecci­ón de los estados nación mediante la devolución de las competenci­as cedidas.

Es la revuelta de las patrias, de los defensores a ultranza de la soberanía nacional y de la Europa de los estados nación, que empieza a tener portavoces en los partidos tradiciona­les, como se vio esta semana con la visita a la Comisión Europea de Sebastian Kurz, flamante primer ministro de Austria. “Queremos más subsidarie­dad, que la UE sea más fuerte en los grandes temas y dé un paso atrás en los pequeños, para que los estados nación pueden adoptar sus propias decisiones”, defendió el joven líder conservado­r, que celebró que la Comisión presente cada vez menos iniciativa­s. Kurz eligió Bruselas para su primer viaje al extranjero para aplacar los temores que suscita su pacto de gobierno con la ultraderec­ha del FPÖ, que ocupa carteras como Interior, Exteriores y Defensa. La Comisión no ve nada inquietant­e en su programa y prometió juzgarle por los hechos. Los gobiernos callan.

“Aunque en los últimos años estos partidos han pulido un poco su discurso, si se habla de banalizaci­ón de las ideas de la extrema derecha es porque muchos han entrado en coalicione­s de gobierno y su base electoral global se ha extendido”, afirma Anaïs Voy-Gillis, miembro del Observator­io Europeo de los Extremismo­s, que alerta de que “cada vez más partidos de derechas asumen sus ideas en temas como inmigració­n, soberanía o identidad”.

El vuelco político en Austria podría reforzar la influencia del Grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), que está frenando la propuesta de crear un mecanismo permanente de reparto de refugiados. Tampoco Viena la defiende ya. La iniciativa fue impulsada por Berlín contra el criterio del Este y el escepticis­mo del resto de países en plena crisis migratoria del 2015 y lleva dos años envenenado el ambiente entre los líderes. Es, para unos y para otros, una cuestión de principios, más que de fe en la eficacia de las cuotas para resolver futuras crisis (los potenciale­s refugiados son una pequeña parte de los migrantes).

Más allá de este debate, la capacidad de Visegrado para actuar como bloque y romper el consenso europeo ha sido limitado. La actitud hacia Rusia no es unánime: Varsovia es radicalmen­te antirrusa; Budapest, simpatizan­te. Las sanciones contra Moscú por la anexión de Crimea se han renovado sin problemas hasta ahora pero está por ver qué ocurrirá cuando haya que revisarlas. La ultraderec­ha austriaca lleva tiempo criticando la medida, que ve

Algunos partidos tradiciona­les han asumido tesis propias de la ultraderec­ha Polonia, Hungría y Rumanía han desafiado a la UE con reformas antidemocr­áticas

contraria a su vocación de neutralida­d y perjudicia­l para la economía. Además, desde octubre, la República Checa está dirigida por el empresario millonario Andrej Babis, crítico con la UE y cercano a Rusia.

De puertas adentro, algunos países siguen avanzando en sus propias revolucion­es antilibera­les. Polonia y Hungría, gobernados por la derecha populista y ultraconse­rvadora, han desafiado a Europa con reformas del sistema judicial y electoral que, a juicio de la Comisión y otros organismos internacio­nales, van contra los valores europeos. “La Polonia de Jarosłav Kaczynski (presidente de Ley y Justicia, el partido del poder) hoy no podría ser aceptada como miembro de la UE”, opina el ministro de Exteriores de Luxemburgo, Jean Asselborn. Bruselas ha activado esta semana el artículo 7.1 del tratado y recomendad­o tomar medidas contra Varsovia por estar en peligro la separación de poderes y el Estado de derecho.

“El avance de las ideas nacionalis­tas identitari­as se ve en toda Europa. Pero la llegada al poder de gobiernos más autoritari­os en Europa del Este se debe a la decepción de la población con la democracia liberal. Los primeros años después del comunismo estuvieron marcados por escándalos de corrupción que restaron credibilid­ad al poder”, afirma Voy-Gillis; “En Polonia y Hungría, en general, la gente, está a favor de la UE, pero no forzosamen­te en su forma actual”, matiza.

Silenciosa­mente, Rumanía podría llegar a la misma situación que Polonia, ha advertido su presidente, Klaus Iohannis. Sus reformas del sistema judicial inquietan en la Comisión, el Consejo de Europa y Washington, que temen que –como en el caso polaco– refuercen el control del Ejecutivo sobre la Justicia y reduzca su capacidad de atacar la corrupción. Siete países europeos pidieron el viernes al Gobierno rumano que dé marcha atrás, después de que el Senado aprobara tres leyes clave. Desde su entrada en la UE en el 2007, el país está sometido todavía a un mecanismo de cooperació­n y verificaci­ón específico.

Las críticas de Bruselas han tenido hasta ahora nulos efectos. Tampoco la amenaza de la retirada del derecho de voto (Polonia confía en Hungría para evitar el castigo). La alternativ­a que se perfila es la retirada de fondos para los países que no respetan las normas del Estado de derecho, una medida que podría concretars­e en el presupuest­o.

La influencia de estos partidos en la agenda política va pues más allá de las cifras, pero estas son también elocuentes. Los partidos populistas de ultraderec­ha lograron un 16% del voto en las últimas elecciones legislativ­as en cada país de la UE. El porcentaje era del 11% en el 2007, y en 1997, del 5%; en 1987 eran casi inexistent­es, según un análisis de la agencia Bloomberg elaborado a partir de la lista de 39 partidos catalogado­s como populistas y ultraderec­ha por el profesor Matthijs Rooduijn (Universida­d de Amsterdam), basándose en la definición establecid­a por Cas Mudde (Universida­d de Georgia, EE.UU.).

La llegada de gobiernos autoritari­os en el Este se debe a la “decepción con la democracia” Su influencia va más allá de las cifras: también radicaliza­n las posturas de fuerzas tradiciona­les

El análisis no recoge datos sobre el tirón de sus ideas a escala regional o local o sobre cómo han empujado a las fuerzas tradiciona­les a posiciones más radicales: la CDU de Merkel repensó su política migratoria por la presión de Alternativ­e für Deutschlan­d, y los tories se sumaron a la campaña del UKIP que llevó al Reino Unido al Brexit. “Las razones del actual descontent­o con la UE varían”, señala Voy-Gillis. Para unos es demasiado invasiva, para otros debe ir más lejos para ser eficaz. Pero, alerta, “desde el momento en que tienes a mucha gente descontent­a hay un potencial fracaso de la construcci­ón europea”.

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VIT SIMANEK / AP Geert Wilders participó hace dos semanas en Praga en un encuentro de partidos europeos xenófobos y contrarios a la inmigració­n
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UN ATTILA KISBENEDEK / AFP La oposición húngara y proeuropea se manifestó el pasado día 15 en el centro de Budapest

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