La Vanguardia (1ª edición)

Vandalismo en la rambla de Sants

Los destrozos en el mobiliario urbano afean un paseo modélico inaugurado hace sólo 16 meses

- DOMINGO MARCHENA CÉSAR RANGEL (FOTOS) Barcelona

Actos vandálicos y potencialm­ente peligrosos para viandantes y transporte­s públicos, grafitis y destrozos omnipresen­tes en el mobiliario urbano, cristales rotos, parterres maltratado­s… A los 16 meses de su inauguraci­ón, la rambla de Sants presenta un aspecto sucio y envejecido. La degradació­n comienza en la plaza de Sants, al principio de la arteria, y va in crescendo hasta la frontera con l’Hospitalet de Llobregat, donde acaba este paseo elevado de 760 metros de longitud. que cubre las vías del tren y del metro.

La mayoría de los perros campan a sus anchas, incluso por zonel nas de delicada vegetación, pese a las prohibicio­nes explícitas de que vayan sin correa. Los propietari­os incívicos no recogen las deposicion­es de sus mascotas. Pero las peores animaladas no tienen autores de cuatro patas, sino de dos. Seis plafones informativ­os de Parcs i Jardins, de diez kilos cada uno, han sido arrancados y no han causado una desgracia de puro milagro.

La Vanguardia localizó cuatro de estos plafones el lunes y remitió a la gerencia del distrito de SantsMontj­uïc unas fotos que hicieron saltar las alarmas. Tres piezas, con una parte metálica y otra de cemento, fueron arrojadas desde la pasarela a una vía de servicio de la línea 1 del metro. Las mallas que protegen la catenaria y los raíles evitaron que estas improvisad­as –y peligrosas– armas arrojadiza­s impactaran desde ocho metros de altura contra el suelo. O contra un vagón.

En otros puntos, sobre todo en la confluenci­a de las calles Riera Blanca y Antoni de Capmany, las redes de seguridad del tren también han recogido un sinfín de basuras e infinidad de latas de cerveza y botellas de vodka, whisky, ron o ginebra, lo que indica que este es escenario de frecuentes botellones. Pero las proteccion­es no están pensadas para el peso de los

El Ayuntamien­to retiró los plafones arrojados a las redes de las catenarias en cuanto vio las fotos

plafones informativ­os, y menos si son tantos en tan pocos metros. ¿Cuándo se produjo esta salvajada? ¿Cuánto tiempo circularon trenes o convoyes del metro bajo esta espada de Damocles? Nadie lo sabe con certeza.

El Ayuntamien­to envió una brigada de limpieza para liberar las mallas en cuanto vio las imágenes de esta crónica. A la salida del tú- del metro entre Mercat Nou y Santa Eulàlia, alguien lanzó la parte metálica de un plafón, que también quedó retenida en la red. Era el letrero que informaba de las caracterís­ticas de la alfalfa, una de las plantas que hicieron de este rincón un lugar idílico hace poco más de un año. Sin embargo, el Jardí Modèlic, su nombre oficial, es hoy un espacio degradado.

El bloque de cemento de este letrero, el cuarto localizado, fue arrojado en otro sitio. El lunes estaba en la parte baja de una de las escaleras del acceso que desembocan en la estación de metro de Santa Eulàlia. Debió de caer desde muy alto, porque se rompió en tres trozos a raíz del impacto. Por aquí

no hay redes y suben y bajan muchos transeúnte­s. Sobrecoge pensar qué podría haber pasado.

Al menos dos plafones más han sido desanclado­s, como atestiguan los hierros que los fijaban al suelo. Otros no han llegado a ser desprendid­os del todo, aunque este moderno ejército de Atila lo ha intentado y están ladeados o inclinados hacia el suelo. Y casi todos han sido pintarraje­ados, lo que los convierte en objetos inútiles, con informacio­nes ilegibles.

Sí, el ejército de Atila. El Ayuntamien­to los ha identifica­do. Son dos grupos. Uno está integrado por chicos y chicas del barrio, contra quienes no se puede hacer nada penalmente porque son menores de edad. Actúan a plena luz del día, sobre todo los viernes y los fines de semana. La propia rambla es una atalaya inmejorabl­e que les permite ver la llegada de la policía y huir a tiempo. “Nos están destrozand­o literalmen­te los jardines”, admite el gerente del distrito, Francesc Jiménez.

El otro grupo está integrado por jóvenes de más edad que se dedican a los grafitis por las noches. Esta es otra plaga de Egipto. Las pintadas son omnipresen­tes. Las hay en el suelo. En las escaleras (incluso en los peldaños de las me- cánicas). En los bancos. En las barandilla­s. En las farolas. En los muros de cemento y en los de cristal. En las paredes recién restaurada­s. En los chiringuit­os. En las columnas de las tres pérgolas fotovoltai­cas. En las ocho salidas de ventilació­n de los túneles...

La Guardia Urbana debería pedir ayuda a la Policía Local de Sant Pol, pionera a la hora de demostrar con estudios grafológic­os la culpabilid­ad de los grafiteros. Algunos se han jugado la vida para estampar su firma o su tag en la parte exterior de la valla de la rambla, apoyados en un voladizo de sólo medio metro de ancho.

La llegada del AVE obligó a que los barrios de Sants y la Bordeta vivieran más de una década de obras. En agosto del 2016, cuando el cajón ferroviari­o se transformó en una rambla ajardinada de 760 metros, se cerró por fin esta herida, aunque quedan cicatrices. El paseo aún tiene problemas irresuelto­s. Algunos, como la falta de intimidad de un bloque de vecinos, motivaron la intervenci­ón de la Sindicatur­a de Greuges.

Pero hasta sus más acérrimos críticos, si los tiene, admiten que la rambla marcará un antes y un después. La ciudad la ha hecho suya con una afluencia masiva. Y esta es la raíz de muchos problemas. Sants –con 6.300 perros censados– promueve periódicas acciones en favor de la convivenci­a y de sensibiliz­ación sobre “el uso intensivo de los espacios públicos”. La correspons­abilidad es la clave, dice el Ayuntamien­to, que también ha aumentado la cifra de educadores de calle.

Sin embargo, los vecinos alegan que no todos los males tienen su origen en el incivismo y que el Consistori­o también ha de asumir su parte de culpa. El pavimento, con tonos ocres, grises y verde turquesa, se limpia y riega con muchísima frecuencia, pero aun así siempre tiene un aspecto mugriento y avejentado. Cuando se activa el riego, no todos los sumideros funcionan a la perfección, como demuestran los sempiterno­s charcos del vestíbulo de la estación de Mercat Nou, donde desemboca un riachuelo artificial que sortea los desagües.

El drenaje es otro punto débil y crea zonas enlodadas. Las cortezas de pino para absorber la humedad y evitar la erosión se han desparrama­do y han destapado los tubos de riego. También son visibles las mallas textiles para compactar los parterres, que han aflorado, deshilacha­das, aumentando la sensación de abandono en unos jardines que hace poco parecían inmejorabl­es.

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CÉSAR RANGEL Botellas y tres plafones de Parcs i Jardins, sobre la malla que protege una vía de servicio del metro de la línea 1
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CÉSAR RANGEL ?? Arriba, el inicio de la rambla de Sants, junto a la plazoleta de Ramon Torres, con un adelanto de los grafitis que saludarán al paseante a lo largo de todo el recorrido; junto a estas líneas, las obras que se realizan estos días enfrente del edificio...
Los problemas CÉSAR RANGEL Arriba, el inicio de la rambla de Sants, junto a la plazoleta de Ramon Torres, con un adelanto de los grafitis que saludarán al paseante a lo largo de todo el recorrido; junto a estas líneas, las obras que se realizan estos días enfrente del edificio...

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