Vandalismo en la rambla de Sants
Los destrozos en el mobiliario urbano afean un paseo modélico inaugurado hace sólo 16 meses
Actos vandálicos y potencialmente peligrosos para viandantes y transportes públicos, grafitis y destrozos omnipresentes en el mobiliario urbano, cristales rotos, parterres maltratados… A los 16 meses de su inauguración, la rambla de Sants presenta un aspecto sucio y envejecido. La degradación comienza en la plaza de Sants, al principio de la arteria, y va in crescendo hasta la frontera con l’Hospitalet de Llobregat, donde acaba este paseo elevado de 760 metros de longitud. que cubre las vías del tren y del metro.
La mayoría de los perros campan a sus anchas, incluso por zonel nas de delicada vegetación, pese a las prohibiciones explícitas de que vayan sin correa. Los propietarios incívicos no recogen las deposiciones de sus mascotas. Pero las peores animaladas no tienen autores de cuatro patas, sino de dos. Seis plafones informativos de Parcs i Jardins, de diez kilos cada uno, han sido arrancados y no han causado una desgracia de puro milagro.
La Vanguardia localizó cuatro de estos plafones el lunes y remitió a la gerencia del distrito de SantsMontjuïc unas fotos que hicieron saltar las alarmas. Tres piezas, con una parte metálica y otra de cemento, fueron arrojadas desde la pasarela a una vía de servicio de la línea 1 del metro. Las mallas que protegen la catenaria y los raíles evitaron que estas improvisadas –y peligrosas– armas arrojadizas impactaran desde ocho metros de altura contra el suelo. O contra un vagón.
En otros puntos, sobre todo en la confluencia de las calles Riera Blanca y Antoni de Capmany, las redes de seguridad del tren también han recogido un sinfín de basuras e infinidad de latas de cerveza y botellas de vodka, whisky, ron o ginebra, lo que indica que este es escenario de frecuentes botellones. Pero las protecciones no están pensadas para el peso de los
El Ayuntamiento retiró los plafones arrojados a las redes de las catenarias en cuanto vio las fotos
plafones informativos, y menos si son tantos en tan pocos metros. ¿Cuándo se produjo esta salvajada? ¿Cuánto tiempo circularon trenes o convoyes del metro bajo esta espada de Damocles? Nadie lo sabe con certeza.
El Ayuntamiento envió una brigada de limpieza para liberar las mallas en cuanto vio las imágenes de esta crónica. A la salida del tú- del metro entre Mercat Nou y Santa Eulàlia, alguien lanzó la parte metálica de un plafón, que también quedó retenida en la red. Era el letrero que informaba de las características de la alfalfa, una de las plantas que hicieron de este rincón un lugar idílico hace poco más de un año. Sin embargo, el Jardí Modèlic, su nombre oficial, es hoy un espacio degradado.
El bloque de cemento de este letrero, el cuarto localizado, fue arrojado en otro sitio. El lunes estaba en la parte baja de una de las escaleras del acceso que desembocan en la estación de metro de Santa Eulàlia. Debió de caer desde muy alto, porque se rompió en tres trozos a raíz del impacto. Por aquí
no hay redes y suben y bajan muchos transeúntes. Sobrecoge pensar qué podría haber pasado.
Al menos dos plafones más han sido desanclados, como atestiguan los hierros que los fijaban al suelo. Otros no han llegado a ser desprendidos del todo, aunque este moderno ejército de Atila lo ha intentado y están ladeados o inclinados hacia el suelo. Y casi todos han sido pintarrajeados, lo que los convierte en objetos inútiles, con informaciones ilegibles.
Sí, el ejército de Atila. El Ayuntamiento los ha identificado. Son dos grupos. Uno está integrado por chicos y chicas del barrio, contra quienes no se puede hacer nada penalmente porque son menores de edad. Actúan a plena luz del día, sobre todo los viernes y los fines de semana. La propia rambla es una atalaya inmejorable que les permite ver la llegada de la policía y huir a tiempo. “Nos están destrozando literalmente los jardines”, admite el gerente del distrito, Francesc Jiménez.
El otro grupo está integrado por jóvenes de más edad que se dedican a los grafitis por las noches. Esta es otra plaga de Egipto. Las pintadas son omnipresentes. Las hay en el suelo. En las escaleras (incluso en los peldaños de las me- cánicas). En los bancos. En las barandillas. En las farolas. En los muros de cemento y en los de cristal. En las paredes recién restauradas. En los chiringuitos. En las columnas de las tres pérgolas fotovoltaicas. En las ocho salidas de ventilación de los túneles...
La Guardia Urbana debería pedir ayuda a la Policía Local de Sant Pol, pionera a la hora de demostrar con estudios grafológicos la culpabilidad de los grafiteros. Algunos se han jugado la vida para estampar su firma o su tag en la parte exterior de la valla de la rambla, apoyados en un voladizo de sólo medio metro de ancho.
La llegada del AVE obligó a que los barrios de Sants y la Bordeta vivieran más de una década de obras. En agosto del 2016, cuando el cajón ferroviario se transformó en una rambla ajardinada de 760 metros, se cerró por fin esta herida, aunque quedan cicatrices. El paseo aún tiene problemas irresueltos. Algunos, como la falta de intimidad de un bloque de vecinos, motivaron la intervención de la Sindicatura de Greuges.
Pero hasta sus más acérrimos críticos, si los tiene, admiten que la rambla marcará un antes y un después. La ciudad la ha hecho suya con una afluencia masiva. Y esta es la raíz de muchos problemas. Sants –con 6.300 perros censados– promueve periódicas acciones en favor de la convivencia y de sensibilización sobre “el uso intensivo de los espacios públicos”. La corresponsabilidad es la clave, dice el Ayuntamiento, que también ha aumentado la cifra de educadores de calle.
Sin embargo, los vecinos alegan que no todos los males tienen su origen en el incivismo y que el Consistorio también ha de asumir su parte de culpa. El pavimento, con tonos ocres, grises y verde turquesa, se limpia y riega con muchísima frecuencia, pero aun así siempre tiene un aspecto mugriento y avejentado. Cuando se activa el riego, no todos los sumideros funcionan a la perfección, como demuestran los sempiternos charcos del vestíbulo de la estación de Mercat Nou, donde desemboca un riachuelo artificial que sortea los desagües.
El drenaje es otro punto débil y crea zonas enlodadas. Las cortezas de pino para absorber la humedad y evitar la erosión se han desparramado y han destapado los tubos de riego. También son visibles las mallas textiles para compactar los parterres, que han aflorado, deshilachadas, aumentando la sensación de abandono en unos jardines que hace poco parecían inmejorables.