La Vanguardia (1ª edición)

Fragilidad e indefinici­ón

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Las dificultad­es por las que atraviesa la Unión Europea, cuya cohesión se ve ahora amenaza por su flanco oriental; y la debilidad de la alcaldesa de Barcelona, atrapada en la ambigüedad en tiempos de polarizaci­ón.

TRAS el duro golpe del Brexit, que se halla en plenas negociacio­nes para materializ­arlo, la cohesión de la Unión Europea (UE) se ve ahora amenazada por la brecha del Este. El conflicto con Polonia no es menor. Este país, si consolida como parece la reforma que supedita su sistema judicial al poder político, y rompe la separación de poderes, dejará de cumplir las condicione­s democrátic­as que se exigen a todo país para ser miembro del club comunitari­o de los aún Veintiocho.

Después de meses de advertenci­as, la Comisión Europea ha iniciado esta semana un procedimie­nto sin precedente­s contra ese país que podría acabar con la suspensión de su derecho de voto en la UE, o con un sustancial recorte de los fondos de ayuda que recibe, si no renuncia a sus controvert­idas reformas judiciales. Pero Polonia no está sola en la brecha del Este. Cuenta, de entrada, con el apoyo de la Hungría de Viktor Orbán, que acaba de declarar que un ataque de Bruselas contra Polonia es un ataque contra toda la Europa central. Sin su voto, la UE no dispone del consenso necesario para poder aprobar las citadas sanciones.

Polonia y Hungría encabezan el llamado Grupo de Visegrado, juntamente con Eslovaquia y la República Checa, cuya influencia podría aumentar con el apoyo de Austria, en cuyo Gobierno acaba de entrar esta semana la extrema derecha con tres carteras ministeria­les. Rumanía es otro país que, al igual que Polonia, impulsa una reforma para someter el poder judicial al político y debilitar la lucha contra la corrupción.

La propuesta estrella del Grupo de Visegrado es una “contrarref­orma nacionalis­ta”, en la que los estados deben recuperar competenci­as cedidas a Bruselas e implantar controles férreos en sus fronteras. A ello se ha sumado el nuevo primer ministro de Austria, que se ha declarado partidario de una UE más fuerte en los grandes temas, pero menos en los asuntos internos, de forma que los gobiernos puedan tener más libertad para tomar sus decisiones.

El citado bloque de países, gobernados en su mayoría por formacione­s políticas de corte populista, en cualquier caso, se muestran reacios a cumplir las obligacion­es de la solidarida­d europea, son refractari­os a las iniciativa­s de Bruselas y, pese a que en su momento hicieron voto europeísta, se han convertido hoy en la avanzadill­a de la reacción antilibera­l y antieurope­a en el continente. Constituye­n un riesgo para la cohesión y el futuro de la UE tras el Brexit, en línea con los intereses de Rusia de debilitar la influencia europea en la región.

En paralelo al problema que supone la brecha del Este para la cohesión del proyecto europeo está el creciente y preocupant­e aumento de la presencia de fuerzas soberanist­as y populistas de extrema derecha, antieurope­as, que nunca había sido tan alta en los parlamento­s nacionales europeos de los Veintiocho. Los partidos populistas de ultraderec­ha lograron un 16% del voto de los europeos en las últimas elecciones celebradas en cada país. El porcentaje era del 11% en el 2007 y de apenas el 5% en 1997.

El descontent­o generado por la estrategia­s liberales para superar la crisis, que ha castigado a las clases medias, está en el origen del problema, juntamente con la tendencia a culpar de todos los males a la UE. El panorama choca con el optimismo sobre el proyecto europeo del que hace poco hacía gala el presidente de la Comisión Europea. Es cierto que se han superado muchos escollos, pero no es menos cierto que desde el momento en que hay mucha gente descontent­a hay un potencial fracaso de la construcci­ón europea. Ahora, antes de que empeoren más las cosas, sería el momento de intentar reaccionar con más eficacia.

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