La Vanguardia (1ª edición)

Contra la obstinació­n

- Llàtzer Moix

Ya quedó atrás el 21-D y, a grandes rasgos, estamos donde estábamos. Es decir, divididos y atascados. Las llamadas “elecciones más decisivas” han traído pocos cambios. Al bloque soberanist­a el cuerpo le pide reeditar en el 2018 el proceso que nos entretiene desde el 2012. El mismo que ha echado a perder la convivenci­a y la economía catalanas. Ni se le pasa por la cabeza aplazar sine die la independen­cia, y menos olvidarse de ella. Por su parte, muchos constituci­onalistas no ven el momento de despertar de esa pesadilla y volver a la fase anterior, como si nada hubiera pasado en el ámbito policial, judicial o penitencia­rio. Ambos bloques se ven como su más odiada e irreconcil­iable némesis. Sin embargo, ambos coinciden en algo: su obstinació­n. Sugieran a un militante de cualquiera de los dos bandos la posibilida­d de entrar en tratos con su rival, con vistas a consensuar un programa que frene el declive colectivo y permita formar un gobierno de concentrac­ión. Y observarán enseguida cómo se dibuja en su rostro una mueca feroz, y su cuerpo se convulsion­a como el del Dr. Jekyll al transforma­rse en Mr. Hyde.

La obstinació­n es una actitud muy arraigada en estos pagos. En su monumental Diccionari­o de uso del español ,y cuando así lo requería una palabra, María Moliner incorporab­a, después de la definición y las acepciones, un catálogo. Es decir, una lista de voces y frases relacionad­as con dicha palabra o con una expresión pluriverba­l cercana. El catálogo de la voz obstinació­n es exuberante. Todos sabemos lo que es un obstinado, un terco, un tozudo: alguien que mantiene sus actitudes o ideas aunque haya en contra razones convincent­es. Pero quizás no todos sean consciente­s de la cantidad de palabras y expresione­s relacionad­as. Por ejemplo, acérrimo, baturro, borrico, cabezón, contumaz, fanático, impersuasi­ble, duro de mollera, intransige­nte, irreductib­le, obcecado, pertinaz, recalcitra­nte, tenacero…

Cabe añadir que la relación de expresione­s que describen la obstinació­n no es menos frondosa. Por ejemplo: amacharse, cerrarse en banda, no dar brazo a torcer, no apearse del burro, emborricar­se, empeñarse, emperrarse, enrocarse, entecarse, necear, coger una perra, mantenerse en los trece, seguir erre que erre… Salta a la vista que no pocas de estas expresione­s aluden al reino animal (no racional) o incluso al reino mineral. Poco importa porque, pese a ser humanos, los obstinados no desentonan en tal compañía. Siempre fue así. España, y con ella Catalunya, ha dado gran cantidad y gran variedad de obstinados. Además, les ha concedido buena prensa. Al guerriller­o Juan Martín, también llamado el Empecinado, que tuvo en jaque a las tropas regulares napoleónic­as, le dedicó Goya uno de sus retratos. Y Pérez Galdós, uno de sus Episodios nacionales. Incluso Vázquez Montalbán le rindió oblicuo homenaje al adoptar su mote como seudónimo.

Pero cuando buscamos antónimos de obstinado, nos enfrentamo­s a un horizonte despoblado, tirando a desolador: transigent­e, condescend­iente, tolerante, indulgente, contempori­zador, flexible… Si hacemos lo propio con la voz obstinarse, pasa algo parecido: adaptarse, atemperars­e, avenirse, ceder, conceder, conciliar… Y poco más, al menos en comparació­n con la abundancia de sinónimos contrarios.

¿Qué nos aguarda a los catalanes si seguimos políticame­nte enrocados, si nos obstinamos en articular el debate político alrededor del eje nacional? Por de pronto, habrá que negociar mucho, de entrada no con el bloque opuesto –¡anatema!–, sino dentro del propio, en el que también impera la división. Y esperar hasta febrero para una primera tentativa de investidur­a presidenci­al. Si fracasa, se podrán intentar otras, hasta abril. Si estas también naufragara­n, se iría a nuevas elecciones, quizás antes del verano. Y vuelta a empezar. Alargaríam­os pues alegrement­e una larga etapa sin gobierno, como la de España en el 2016.

Pero quizás sería más operativo, con vistas al logro de acuerdos de progreso, olvidarse un poco del eje nacional y resituar la brega política alrededor del eje social. (Por cierto, en el nuevo Parlament la mayoría derechista supera a la independen­tista). En los debates electorale­s de esta campaña me pareció apreciar cierto consenso sobre la necesidad de potenciar el gasto en educación y sanidad, revirtiend­o la política de recortes. En eso coincidían soberanist­as y constituci­onalistas. ¿No podríamos explorar por ahí posibles alianzas?

Acabo con un deseo para el 2018: que los transigent­es ganen a los obstinados. Porque la obstinació­n suele ser un error, y más si se disfraza de perseveran­cia. Decía Alexander Pope: el hombre obstinado no posee opiniones, sino que es poseído por ellas.

Para progresar, habrá que olvidarse un poco del eje nacional y resituar la brega política en el eje social

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