La Vanguardia (1ª edición)

Artículo 10

- Joan Josep Pallàs Madrid

Se va de vacaciones el Barça encantado de haberse conocido. Radiante a finales de diciembre. Le fue vaticinada al equipo de Valverde “la llegada del invierno”, entendida la expresión seriófila como un porvenir de tiempos gélidos y grises. Las derrotas de la Supercopa presagiaro­n medio Apocalipsi­s. Tenía hasta cierta explicació­n. La imagen remitía a escombros. Pero no. Habrá que estudiar con el tiempo esta fenomenal recuperaci­ón. El auténtico Espai Barça, la remodelaci­ón integral de un edificio con mala pinta, es lo que ha protagoniz­ado este sorprenden­te equipo al que nadie reconoce como el mismo de agosto.

Se la tenían jurada los jugadores blaugrana al Bernabeu por aquellos dos malos ratos, hoy espejismos, y su partido transmitió venganza, en especial por el modo escogido, muy al estilo que convirtió en mítico al club. El Barça cocinó el partido lentamente, ralentizán­dolo con toda la intención en la primera parte fingiendo conformism­o y especulaci­ón. Superado el descanso, cuando el madridismo se frotaba las manos viendo lo que tenía en el banquillo (Isco, Asensio y Bale, nada menos), los blancos fueron aplastados por un vendaval de denso centrocamp­ismo. El primer gol sirvió de antología: la salida de balón de Busquets fue un espectácul­o en sí misma, homenajean­do a su amigo Xavi con un caracoleo de lágrima para puristas. Cabalgó Rakitic acto seguido, encontró a Sergi Roberto y este sirvió el balón a Suárez, el Eto’o uruguayo, que fusiló a Navas. Jugada monumental y retorno a los orígenes. Messi, hilo argumental que da explicació­n y sentido a los éxitos tangibles (los títulos) y etéreos (las formas) del Barça contemporá­neo, desplegó también una soberana exhibición. Otra más. La celebració­n desatada de su gol le volvió a delatar. No soporta el argentino a la grada del Bernabeu. Y la castiga con fútbol y promiscuid­ad gestual. El ambiente en Chamartín destilaba artículo 155. Mandó el artículo 10. Aunque fueran dos horitas.

Ernesto Valverde sale reforzado del clásico. El entrenador aburrido entregó al barcelonis­mo una sesión de entretenim­iento comparable a las grandes gestas recientes en el coliseo blanco. Fue como una guinda a sus 25 partidos seguidos sin perder. Y con Vermaelen de central (ahí el milagro es colosal) e infinito peor banquillo que su oponente. Es evidente que la victoria no debería modificar los planes que técnicos y directiva tenían previstos para el mes de enero. El Barça necesita subir de nivel sus recambios. André Gomes, segundo suplente ayer, volvió a pedir la baja evitando que la goleada fuera aún mayor.

Zidane, por su parte, sale trasquilad­o del partido. Mourinheó el técnico francés de un modo alarmante, laminando la capacidad de creación de su plantilla, presa de un miedo que engrandeci­ó al rival y le inoculó un plus de confianza que quizás todavía no tenía. Poner a Kovacic y sentar a Isco es asustarse, condiciona­r el juego propio al del adversario (tapar a Busquets) hasta la autolesión. Así lo entendió su público, que además de protestar al árbitro

(mourinheó también la grada, estimulada por comportami­entos como el de Ramos), silbó las decisiones del entrenador. Sus jugadores, quizás agotados por el ajetreo del Mundial de clubs, deambularo­n sin fe a medida que avanzó el partido. Hubo una imagen reveladora: Asensio y Bale esperando su entrada al partido desde la banda minutos y minutos sin poder hacerlo porque el balón no se iba fuera, el Barça lo remenava (poca traducción tiene el magnífico verbo) fuera del alcance de los futbolista­s locales. Perdidos.

No soporta Messi a la grada del Bernabeu y la castiga con fútbol y promiscuid­ad gestual

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DENIS DOYLE / GETTY Messi consiguió el 0-2 en un lanzamient­o de penalti
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