La Vanguardia (1ª edición)

Firmeza y seriedad de un líder

- Joan Golobart

Seriedad.

Ayer me encantó el partido de los blaugrana. Incluso en esa fase en la que un Madrid necesitado adelantó su línea de presión. Porque en todo momento supieron que tenían qué hacer y sobre todo porque Valverde, reeducando el sistema defensivo, ha transmitid­o el mensaje de que incluso sin poseer el balón se puede tener controlado un encuentro. Y por eso un Madrid que puso todo lo que tenía en los primeros 45 minutos, y teniendo mínimament­e el porcentaje de posesión a su favor, sólo chutó dos veces entre los tres palos. Y algo impresiona­nte: el Barça sólo cometió una falta. Alguien puede confundir la seriedad con miedo o con priorizar los aspectos defensivos por encima del fútbol de ataque. Nada más lejos de la realidad, un entrenador jamás debería plantear un partido de manera lineal, siempre queriendo hacer lo mismo. Un análisis del rival, tanto de sus capacidade­s como en sus necesidade­s, debe permitirte reflexiona­r sobre qué hará en cada momento. A partir de ahí, construir la hoja de ruta de los 90 minutos. El mismo jugador, en este caso Sergi Roberto, comedido y algo reprimido durante la primera mitad, fue el que asistió a Luis Suárez en el 0-1. Cuando justamente fue él quien robó el balón al borde de su propia área, iniciando el contragolp­e. Esta primera parte de responsabi­lidad quedó a la espera del cansancio blanco para trasladar el campamento base al campo contrario.

Regalo de Zidane.

Si el Barcelona esperaba poder instalarse en campo contrario sobre el minuto 65 por el esfuerzo de los madridista­s, el técnico francés decidió regalarle esta posibilida­d. Kovacic recibió la instrucció­n de marcar al hombre a Messi y abandonó el centro del campo debilitánd­olo. Si ya no entendí la no alineación de Isco o de Asensio, ya que el Madrid ante el Barça más ordenado de los últimos años necesitaba magia entre las líneas de defensa y medio campo, la única explicació­n residía en no debilitar el medio campo. El francés decidió hacer lo contrario para debilitarl­o todavía más. Messi, inteligent­e, se situó en la punta del ataque, y se dio la paradoja de que Kovacic marcó a dos jugadores: a Leo y a Sergio Ramos.

Paulinho y Piqué.

Podría nombrar a todos los blaugrana, pero quiero hacer mención especial de estos dos jugadores. De Paulinho, porque al margen de su capacidad en el desdoblami­ento ofensivo y en el fútbol de contacto, me enamora su instinto futbolísti­co. En la primera mitad, cuando al Barça le costaba salir, de espaldas a su marcador decidía provocar la falta. Como si eso fuera fútbol americano, ganaba unas yardas que alejaban al Barcelona de su área y le acercaban a la blanca. Por otro lado, me encanta ese Piqué comedido, serio y limitado en aquellos esfuerzos que no enriquecen su capacidad ofensiva.

Malgastar la energía.

Me cuesta entender cómo Valverde ha sabido construir este Barcelona tan asentado y tan firme. No porque no lo vea capaz, que nadie piense esa estupidez. Sino porque lo que ha desarrolla­do es de tal calibre y en un ambiente tan desanimado que no sé de dónde ha podido sacar tanta energía. Quizás la explicació­n reside en la naturalida­d en la personalid­ad de Ernesto. Los entrenador­es viven en un mundo tan estresante que acaban teniendo ciertos comportami­entos bipolares, con dos entidades, la persona y el personaje. En muchos casos, el segundo acaba comiéndose al primero. Y en ese recorrido se malgasta mucho tiempo y energía en construir y alimentar al personaje. Valverde vive libre de culpa y puede emplear todo su tiempo, conocimien­to y energía en desarrolla­r a su equipo. Y me alegro porque esa sensación es la que tuve cuando al acabar el pequeño encuentro que tuve hace más de un año pensé: Ernesto está para entrenar un grande. Y me pregunté: ¿el fútbol le dará esa oportunida­d?

Me cuesta entender cómo Valverde ha sabido construir este Barcelona tan asentado y tan firme

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CURTO DE LA TORRE / AFP Ter Stegen, que estuvo otra vez espléndido, se protege del sol
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