La Vanguardia (1ª edición)

Noche de bodas

- Jordi Amat

La frase, casi calcada, puede leerse en las crónicas publicadas a raíz de la boda de las dos hijas de Fèlix Millet en el Palau de la Música. Año 2000. “A la boda asistió una amplia representa­ción de la sociedad civil catalana que quiso mostrar su amistad con la familia”. Año 2002. “La sociedad civil catalana se dio cita en el enlace”. Es una manera bienintenc­ionada de decirlo. Quizás habría sido más ajustado a la verdad escribir que los invitados, más que representa­ntes de la sociedad civil, eran los nombres más lustrosos del poder catalán. ¿Se preguntaro­n això qui ho paga? Los gastos se detallan en las páginas 66 y 67 de la sentencia que dio a conocer ayer la sección décima de la Audiencia de Barcelona. La Fundación del Palau se dejó más de 164.000 euros. La partida más modesta fue para la azafata, habilitar la sala costó una pasta y no digamos ya la comida. A “insercione­s en prensa” se destinaron 12.000 euros largos. Que no falte el eco en las páginas salmón. Que todo el mundo sepa que estábamos allí.

¿Quién que pesa en nuestra ciudad falló? Empresario­s de nuestro Ibex. Políticos con chalet en primera línea de mar. El presidente de Ferrovial, por supuesto. ¿Quién hubiera dicho que no a un enlace como ese? Aquello no era una sala de conciertos. Era un salón donde, a través de una celebració­n, se reencontra­ban las familias más importante­s del país. Las filas de butacas se habían retirado para dejar paso en platea a las mesas perfectame­nte puestas, más las tres presidenci­ales colocadas sobre el escenario. Aperitivo: tartaletas de manzana y foie, virutas de ibérico o salmón. Menú: crema de melón, combinado de langosta, bogavante y langostino­s, filete a la broche y para rematar surtido de sorbetes. Había oficiado el cura de la familia en Santa María del Mar y, no te lo pierdas, para que los jóvenes bailasen, las copas se servirían en la discoteca instalada entre la sala de cámara y el foyer. Vete a saber cómo podía acabar la noche. Bodas hacen bodas, decía mi abuela. Casi como un cuento de hadas infinito, mientras nadie quería husmear el charco de aguas fecales que hacía posible aquel fiestón. La variante catalana del régimen del 78.

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